No llega a tener el aspecto impoluto de una guardería de Finlandia porque siempre hay algún vecino que, confundido por la amplitud y novedad del espacio, no tiene otra cosa que dejar que su perro se desfogue sin recoger luego las consecuencias.

Estamos hablando de la calle Esperanza, que en el 2014 ha visto cómo su horizonte vital de aparcamiento mugriento, con un piso de tierra que recordaba a un campo de batatas, ha sido limpiado, hormigonado y vallado. Las tecnoviviendas anunciadas por la Junta en este rincón de la Victoria nunca llegarán pero al menos, esta vergüenza en mitad del Centro Histórico ha desaparecido.

También lo ha hecho una ventana, lo único que quedaba de una casa demolida y que servía para que en ella se apoyara un grupo más o menos fijo de tertulianos, ya en la calle Lagunillas. El hueco absurdo ha sido tapiado y con él se ha eliminado el riesgo de que alguien se rompa la crisma por desprendimiento.

Son sólo dos de las pequeñas mejoras que ha vivido el entorno de la calle Lagunillas y la Cruz Verde en este último año, porque no todo van a ser malas noticias.

Otra de las pequeñas, pero esperanzadoras mejoras ha sido la transformación de las fachadas sucias y abandonadas de muchas casas en fastuosos murales, uno de los cuales, al comienzo de la calle Lagunillas, representa a Eduardo El Chamorra, el cantaor callejero que desde hace unos 15 años ofrece por el Centro su repertorio de dos únicas canciones (Eso sí que tiene guasa y Cantinero de Cuba) y al que hace unos días entrevistó La Opinión (la página todavía recibe miles de visitas en internet).

No sólo han decorado las paredes profesionales, también lo ha hecho un grupo de niños de la mano del pintor Miguel Chamorro, el infatigable responsable de la ONG Fantasía en Lagunillas, que además imparte clases de refuerzo escolar a los niños del barrio.

Y con Miguel, otro fijo del esfuerzo diario es Curro López y su asociación de vecinos de Lagunillas, volcada como pocas en dar comida, desde antes de comenzar la crisis, a centenares de familias. Una labor que realizan pese a que no reciben de las instituciones todo el apoyo que merecen, aunque a veces se llevan sorpresas como la de la Asociación de Jazz de Málaga, que le ha entregado el importe de su último festival de estas navidades en la Sala María Cristina.

El año que nos ha dejado hace unos días también ha sido el de la conclusión de una notable casa que ha recuperado un ciudadano extranjero con ganas de dar vida a este rincón de la Victoria.

Y no podemos olvidar la bonita transformación en zona verde de la antes desangelada plaza de la Paula y que parece enlazar con las verduras del Ejido, una obra municipal. En suma, pequeños pero esperanzadores cambios gracias a las administraciones y sobre todo a ciudadanos entregados de corazón a esta zona de Málaga que ojalá durante 2015 viva por fin una franca mejoría.