El viejo proverbio que denuncia que el pobre es un extranjero en su patria parece ajustarse a la perfección a la situación vivida por los niños del colegio de educación compensatoria Gálvez Moll, situado en el barrio de la Palma-Palmilla. Un total de 150 alumnos, de los cuales un 80% viven en situaciones de exclusión social, reciben la ayuda de un equipo de profesionales que ha demostrado que con una vocación sin precedentes, paciencia y cariño puede hacer que la vida de los estudiantes sea más llevadera.

Actualmente, el centro proporciona a los escolares el desayuno y el almuerzo, comidas que en muchos casos sus familias no pueden darles. Y el curso pasado también les facilitaba unas bolsas de merienda para que las llevaran a casa. Una iniciativa enmarcada en el Programa de Solidaridad y Garantía Alimentaria, aprobado por la Junta de Andalucía para que los niños pudieran ver cubiertas sus necesidades básicas. Pero este curso las bolsas sólo han llegado hasta ahora dos días, justo antes de las vacaciones de Navidad. Como explica el director del Gálvez Moll, José Lopéz, la promesa quedó en el limbo: «En los tres primeros meses, la comida no ha llegado. Los padres a diario están preguntando y solo vinieron las cajas dos días antes de las vacaciones de Navidad. Ha empezado el segundo trimestre y aquí no llega nada». El problema, según el consejero de Educación, Luciano Alonso, se solucionará en los próximos días.

Sin embargo, el colegio también reclama otras mejoras como un mayor número de profesores que asegure una atención más especializada para los menores. «No podemos tener clases de 25 personas con 8 niveles educativos distintos dentro del aula», dicen.

La situación que padecen los escolares y sus familias desde el comienzo de la crisis económica es dramática. Es el caso de una madre, cuyo nombre prefirió dejar en el anonimato, que vive en una pequeña vivienda, sin ingreso alguno. Llegó a Palma-Palmilla huyendo de los malos tratos de su expareja pero ahora tampoco lo tiene fácil: «Lo hice por mí y por mis hijos. Psicológicamente estoy destrozada», cuenta.

Ahora intenta salir adelante con muchas dificultades: «Si les doy la merienda, no tienen para la cena. Y sin las comidas que dan en el colegio, pues cuesta mucho».

Familias como la de Ángel García o Juan Béjar sufren una situación económicamente similar. Ambos en paro, sin ayudas, y con 2 y 3 niños respectivamente luchan contra un futuro incierto: «Debo hipoteca, luz, agua y gas. Estoy cansado de ir a la asistenta social, he pedido cita con la concejala, pero ayudas ninguna; no nos dan nada, nos escuchan pero ayudas ninguna. Si tengo que comer siete días macarrones, pues como siete días macarrones, todo sea por ellos», cuentan.

Silvia Granados, psicóloga del Gálvez Moll, relata que el profesorado del centro se siente anímicamente «impotente», ya que las situaciones personales de los niños derivan en que su desarrollo académico se vea frustrado en muchos casos. «Muchos de los padres son analfabetos, y en muchos casos, cuando no sabes leer, no te preocupas porque tus hijos lean, hay niños en 6º de primaria que no saben leer».

Además, la inocencia de la infancia se trunca en multitud de ocasiones: «Los niños pasan de niños a adultos de forma muy brusca, porque viven muchos temas que no corresponden a su edad, como la sexualidad».

Granados sirve como nexo entre el profesorado y el núcleo familiar de los menores. Además, «mete miedo», pues «la gente escucha ´psicóloga´ en esta zona e inmediatamente piensa que le van a quitar a su niño». Es una forma más de ayudar. Sin embargo, hace falta mucho más para sacar adelante a estos menores que forman la comunidad educativa del Gálvez Moll.