Algo no va bien. Hay algo en el mensaje feminista o quizás en el moral que no está llegando bien. Se dice que la mujer de hoy es más libre que la mujer de ayer, que hoy las faldas son más cortas y que son ellas quienes deciden con quién salir. Así resumen algunos de estos jóvenes años de lucha en pos de alcanzar unos derechos que durante años les han sido vetados a las mujeres simplemente por su condición de mujer. Y lo señalan los mismos jóvenes que se preparan para construir el futuro.

Han pasado ya algunos años desde que las primeras sufragistas salieron a la calle para conseguir algo tan básico como el derecho al voto. Por aquel entonces, la situación de las mujeres era muy distinta. Nacer mujer era símil de ser ama de casa, amante, esposa y madre. Casi todas estaban condenadas a vivir a la sombra del hombre. Ya no se sale a la calle para pedir el voto de la mujer, ni para que ellas que puedan conducir o tener una cuenta propia en el banco.

Ahora las mujeres han alcanzado un pequeño halo de libertad y pueden ser dueñas de su futuro y elegir qué hacer con él. Esa ya no es la lucha a la que se enfrentan las mujeres del presente en países como España, donde se dice que la igualdad ha sido conquistada. A la pesada mochila que arrastran las mujeres -brecha salarial y dificultades para alcanzar un puesto de dirección, entre otras cosas- se suma la incesante lacra de la violencia de género, que parece que lejos de extinguirse se va afianzando con más fuerza entre los jóvenes.

El fin de los malos tratos, la expresión más violenta de la desigualdad de género, se muestra hoy lejano. Así lo sostienen los expertos, que apuntan que más que haber llegado a su fin ha evolucionado entre los jóvenes. Las redes sociales se han trasformado en una herramienta de control y la idea de que los celos significan amor lleva a muchas chicas a renunciar a parte de su libertad. Todo en el nombre del amor. Este pensamiento es un peligro fatal.

Según un análisis del psicólogo Forense de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y Juzgados de Menores de Madrid, Javier Urra, publicado el pasado cinco de junio, el 25% de los jóvenes entre 16 y 19 años sufrió violencia psicológica derivada de los celos durante el 2015. El porcentaje va descendiendo a medida que se cumplen años y aparece la madurez. Entre los 20 y los 24 años, este porcentaje es del 19% y entre los 25 y los 29, un 14%. Del mismo modo, seis de cada diez adolescentes que han sido víctimas de violencia de género sufren acoso a través del móvil y las redes sociales. Y la mitad de esta cifra (tres de cada diez) ni siquiera es consciente de ser víctima.

Por su parte, el Instituto Nacional de Estadística señala que durante el pasado año se produjo un aumento de las denuncias por violencia de género en dos intervalos de edad. Un 17,6% entre las mujeres de 50 y 54 años y un 10,6% entre las menores de 18 años. Ante estas cifras cabe preguntarse qué esta pasando. Qué se está haciendo mal para que las nuevas generaciones repitan los roles sexistas de sus predecesoras e incluso los superen.

María José, psicóloga de la Federación Ágora, explica que la mayoría de las jóvenes que se acercan a su consulta no son realmente conscientes de que están siendo víctimas de violencia de género. «Creen que tienen un problema con su pareja y cuando les explicas que ese comportamiento no es normal empiezan a ser conscientes. Pero les cuesta bastante aceptarlo».

Por su parte, Beatriz Cobo, coordinadora de Igualdad de Género del Colegio de Psicología de Málaga, expone que las jóvenes se encuentran envueltas en un espejismo de igualdad que les impide percibir que están siendo víctimas de violencia machista. El reciente Pacto de Estado sobre la violencia de género pone la educación como principal objetivo para paliar esta lacra social. Una medida que debería apartarse desde antes de nacer, como decía el escritor Fernando Olivo, para evitar la transmisión intergeneracional de roles machistas.

Amor romántico

Una de las ideas a desterrar sería la del mito del amor romántico. Una trapa que se ha convertido en una marca que vende canciones, películas y novelas. El amor tomado como una forma de entrega total en favor de la otra persona encierra un equívoco mensaje que afecta a hombres y mujeres. Aunque son ellas las que en mayor medida se sienten culpables por no satisfacer las necesidades que el otro requiere. En la mayoría de los casos, ellas deciden abandonarse a sí mismas sin ser del todo conscientes de que están siendo víctimas de un velado control psicológico.

La posición de los expertos al respecto es clara. La desigualdad es una realidad que hay que erradicar de raíz para evitar que se repitan esos roles. Es necesario hacer entender tanto a jóvenes como adultos que el camino hacia la igualdad es cosa de todos: hombres y mujeres. Algo que les afecta a ambos. Eliminar patrones que deberían estar ya superados como la idea de amor a cambio de protección o la del macho alfa como muestra de virilidad.

El fin es hacer llegar tanto a ellos como a ellas que ser mujer u hombre no es sinónimo de nada. Educar en la idea de que los hombres también lloran y las mujeres no son muñecas. Es difícil construir una sociedad en igualdad cuando desde pequeños se dividen hasta los juguetes en categorías de chicos y chicas.

Más allá de este fenómeno que se adentra en la sociedad desde la raíz más profunda, también destaca la perversa idea del amor dependiente que se extiende entre los jóvenes y se inmortaliza en los medios de comunicación. O la de los celos «normales» cuando se está enamorado. Ni una ni otra idea ayudan a la igualdad.

Beatriz Cobo defiende medidas de prevención y sensibilización centradas en educar las emociones y eliminar la concepción de amor que se tiende hasta el momento. Tanto ella como el resto de expertos coinciden en la necesidad de educar en las emociones y mostrar qué tipo de comportamientos pueden desembocar en una violencia emocional tanto en ellas como en ellos. Así como en el uso de las redes sociales y la importancia de no renunciar a la intimidad de cada uno.

Pepi Sierra y Alicia Martín, presidentas de las federaciones Ágora y Mistral, respectivamente, aseguran que ya están trabajando en medidas de prevención. Sin embargo defienden que el camino hacía la igualdad no puede darse sin la colaboración de hombres y mujeres, ya que no se trata de una guerra de géneros sino de tratar al otro sin que medien sentimientos de superioridad o posesión.