Todo empezó hace unos meses cuando el cobrador de cierta empresa que venía a mi domicilio una vez al mes para que le hiciera efectiva la cantidad concertada para determinado servicio, me comunicó que era la penúltima vez que me visitaba porque había llegado su jubilación.

Me adelantó que a partir del último recibo ya no vendría ningún cobrador a sustituirlo. La empresa, a través de la entidad bancaria que yo eligiera, me cobraría el importe mensual del servicio. Me expresó su malestar por la pérdida de un puesto de trabajo -el suyo- porque la empresa no iba a contratar a otro para desempeñar el trabajo que él venía ejerciendo desde hacía quince o veinte años. Desde entonces, la empresa me carga el recibo en la entidad bancaria por mí elegida. Con la jubilación del cobrador se amortizaba un puesto de trabajo.

Pasados unos meses, una joven que necesitó un traje de los llamados de fiesta vio en internet un modelo que le gustó y que respondía al fin perseguido: el traje de fiesta para asistir a una boda. Lo pidió por correo electrónico detallando el color, la talla y poco más.

Pocos días después lo recibió en su domicilio, se lo probó, le gustó… y no tuvo que acogerse a la posibilidad de devolverlo sin costo alguno en el caso de que no le cayera bien, nos respondiera al modelo expuesto o localizara algún fallo en la confección.

No tuvo que ir a un comercio ni a dos ni a tres… hasta encontrar el de su gusto. La facilidad de la compra supuso la eliminación de la visita a los comercios del ramo. Menos clientes que atender y por lo tanto pérdida de puestos de trabajo.

El autor de estas líneas, más recientemente, necesitó un tóner o recambio para la impresora. El recambio original tenía -y tiene- en el mercado un precio que se me antojó excesivo.

Uno de mis hijos que estaba en aquel momento en mi casa consultó con una empresa que se dedica a suministrar toda clase de productos vía internet y entrega en pocas horas no un de tóner sino un tubo de pasta de dientes, un tornillo, un par de calcetines beiges, un televisor, la última novela de María Dueñas o el producto más insólito.

La respuesta a la consulta fue: el tóner a mitad del precio de mercado… y como complemento, uno más gratis.

Dos al precio de uno que era la mitad del que costaba en una tienda. Lo pidió a las siete de la tarde y a las nueve de la mañana me entregaban en mi domicilio sin coste alguno por el transporte las dos unidades.

Ya no hay...

Estos tres casos me impactaron hasta el punto de reflexionar sobre las consecuencias del desarrollo de las técnicas actuales y en los imparables avances en todo lo que nos rodea. Me puse a pensar y…

Ya no hay telegramas, ni cartas urgentes, ni correo aéreo, ni barberos que afeiten con navaja, ni serenos, ni colchoneros, ni peones camineros, ni equipos de fútbol españoles porque los más importantes tienen más extranjeros que nativos, ni talleres de reparación de aparatos de radio, ni botones para hacer recados, ni vendedores ambulantes de periódicos, ni cobradores a domicilio de recibos de la luz, teléfono, recogida de basuras, gas, aseguradoras de decesos, ni bañeros con sombrero de palma y camiseta a rayas en las playas porque los niños de hoy aprenden a nadar antes que andar, ni cenacheros (hay uno de bronce en los jardines cercanos al Puerto), ni chanquetes, ni pajaritos fritos, ni bandoleros en la Sierra de Ronda (aunque sí en algunos partidos políticos), ni autos ni automóviles (ahora son coches), ni los kilométricos que Renfe ofrecía a los asiduos al ferrocarril, algo parecido a los puntos de las compañías aéreas, ni siquiera maestros para enseñar a sumar y restar porque las maquinitas lo hacen sin equivocarse…

Poco a poco irán desapareciendo los pañuelos de nariz, los talabarteros, las chachas de toda la vida, los jilgueros porque otras especies depredadoras están acabando con ellos, no habrá ni árboles porque los pirómanos arrasarán los bosques que se han librado de la quema, ni libros editados porque los libros electrónicos se impondrán.

Están en fase de extinción las gasolineras a causa del avance de los vehículos eléctricos, los conductores de taxis y autobuses ante el reto de los vehículos sin conductor, las cocinas porque las familias adquirirán alimentos precocinados listos para ponerlos a punto en el microondas, los pequeños comercios porque se han sido absorbidos por los supermercados, y los supermercados por las grandes superficies..., que también tienen fecha de caducidad por la aparición de las grandes plataformas que ponen en cada casa el producto deseado, desde una camiseta del jugador más destacado del fútbol japonés hasta un alfiler de cabeza negra.

Por no haber ni habrá tetas naturales(de silicona, la tira). Con las reservas de semen congelado, las mujeres serán inseminadas artificialmente con la garantía de que su bebé tendrá el pelo rubio y los ojos color la miel de la caña de azúcar de Frigiliana, y los hombres tendrán un dudoso porvenir.

Nuevas demandas

En compensación a las pérdidas apuntadas, surgirán otros oficios que demandarán nuevos especialistas, como cortadores de jamón, tatuadores para atender a los futbolistas y jugadores de baloncesto y a los musculosos playeros; agujereadores de lóbulos, de narices y ombligos para la colocación de aritos y colgantes; traductores políglotas para transmitir a los jugadores extranjeros de los equipos de fútbol las instrucciones del entrenador (hoy coach); especialistas en la eliminación de la cera que se acumula en las calles por donde pasan las procesiones de Semana Santa (trabajadores fijos discontinuos), especialistas en quitar los chicles masticados pegados en las aceras (trabajadores con contrato indefinido), diplomados en el destatuaje de tatuajes pasados de moda; modelos no sexys para desfiles de modelos no seductores, etc. etc.

Hasta es posible que se convoque un concurso nacional para premiar una colección de piropos no soeces que salvaguarden a los piropeadores convulsivos de ser sancionados por ser denunciados y castigados con multas e incluso cárcel por atentar contra los derechos del sexo femenino que no quiere ser objeto de lisonjas, halagos, requiebros, adulaciones, candongas, jonjaberas…y otras muchas expresiones para agasajar a una dama sin ánimo de ofenderlas sino de todo lo contrario, de premiarlas por su porte, por su estilo, por sus ojos, por sus andares, por su sonrisa, por su elegancia…

El único camino para no ser tildado de acosador es pensar lo que siente sin decir ni mu, que según la RAE es la onomatopeya que se usa para representar la voz del toro y la vaca y significa «no decir palabra alguna, permanecer en silencio». Mu.

La única manera de evitar el castigo por excederse en la admiración de una mujer es contemplarla primero de frente y después por detrás o viceversa. Las miradas no está penadas… por ahora.