Toda una vida almacenada en dos cuartos, y eso, gracias a la generosidad de María López y Antonio Calderón, amigos y admiradores de Emiliano Bonilla Pozo, de nombre artístico Emi Bonilla, a quien desde hace un año acogen en su casa de Churriana. «Cuando el Ayuntamiento me pague quiero comprarme una casita que está aquí al lado», confiesa este malagueño de adopción, nacido hace 83 años en Peñarroya-Pueblonuevo (Córdoba) y que no sabe cómo agradecer la generosidad de estos amigos:«Si es verdad que el alma no muere, yo creo que después de muerto mi alma recordará lo que han hecho por mí», confiesa.

En unos días se cumplirán dos años de la demolición de su casa y tablao en el Camino Nuevo, al ser declaradas en ruina a causa de unas lluvias intensas. Eran parada obligada desde los años 60 de aficionados al flamenco, la copla y más tarde el cine.

En las dos habitaciones de la casa está toda su vida privada y profesional: ropa, objetos personales, un enorme proyector de cine, rollos de películas, fotografías, los discos que grabó... todo lo que pudo rescatar de la demolición. El Ayuntamiento acordó expropiar los terrenos y Emi Bonilla espera que lo haga realidad cuanto antes porque, como reconoce, «como me veo ahora no me he visto en mi vida, ni cuando empezaba».

Hijo de un minero, cuando este fallece marcha con su madre, Clotilde Pozo, a Cádiz. Allí, de niño, descubre que está hecho para el flamenco y la copla. «Vivíamos en el barrio de La Viña, donde están todos los cantaores, y donde veía que había un bautizo o una juerga, me metía yo y decía que sabía cantar; por entonces me llamaba Emiliano».

En Cádiz se dio cuenta de que podía ganarse la vida con su talento y como le comentaron que en Valencia gustaba mucho el cante, marchó para allá, «y empecé a actuar en todos los festivales que hacían por las calles en Fallas». En Valencia conoció al maestro Codoñer, que empezó a escribirle sus propias coplas. Fue en Valencia, por cierto, cuando cambió el nombre artístico a Emi Bonilla y donde empezó a conocer a artistas de primera fila.

Tras un tiempo trabajando sin descanso, volvió a Córdoba a ver a sus paisanos y cuando trabajaba en el Teatro Soria, la famosa Manolita Chen lo fichó para su Teatro Chino al finalizar la temporada.

En el Teatro Soria, por cierto, daba sus primeros pasos Marifé de Triana, por entonces una artista desconocida. «Tenía que cantar las canciones que yo le prestaba porque su repertorio era muy chico, se las daba con mucho cariño porque siempre nos hemos llevado como hermanos», destaca.

Y con el Teatro Chino se instaló en Málaga, en la explanada de Santo Domingo, en una año muy recordado, 1954, porque a las dos semanas de actuar, «comenzó a nevar». En Málaga tendría de por vida Emi Bonilla su campamento base cuando, poco después, empezó a estar en auge la Costa del Sol y sobre todo, el pujante barrio de Torremolinos.

Con su pareja artística, Ana María Moya, que conoció en el Teatro Chino, y con la que trabajó durante nueve años, se encargó de inaugurar el cante en todos los hoteles de Torremolinos. «Fuimos los padrinos de Torremolinos», comenta.

Empezaba una vida artística todavía más frenética: «Terminábamos en un hotel y a tal hora teníamos que estar en otro, y entonces se quedaba mi cuadro artístico haciendo festivales para el público mientras Ana María y yo cantábamos y luego volvíamos al hotel», recuerda.

La fama de Emi Bonilla crecía y en esa naciente Costa del Sol él y Ana María hicieron amistad con Anthony Quinn, que les invitó a un hotel una semana para asistir al rodaje de Lawrence de Arabia. «Nos presentó a Peter O'Toole y al director, a quien le dije que no hiciera tantas películas de guerra, que hiciera de flamenco y bailábamos Ana María y yo», ríe.

Poco antes participaron en Los joyeros del claro de Luna, de Brigitte Bardot, en la que doblaron el taconeo de la artista francesa con un actor.

En los años 60, Emi Bonilla construye un tablao al lado de una casa que adquiere en el Camino Nuevo. Por allí pasan Marisol, el auténtico Papillón, Gento, Terence Hill...

Como explica, había actuaciones a diario, que compaginaba con giras con su cuadro por España o actuaciones el mismo día en El Pino Rojo, junto al San Antón. Emi Bonilla abrió las puertas de su tablao a muchos artistas malagueños en busca de una oportunidad y fue una cantera generosa de futuras estrellas.

«El tablao duró varios años, lo que pasa es que te aburres de ver las mismas caras», confiesa. Al final, dejó el tablao y lo reconvirtió en flamante sala de cine, una de sus grandes pasiones.

El artista cordobés se deshace en elogios con compañeros de escenario que están entre los más grandes como Juanita Reina, de quien recuerda: «He sido su fan número uno, numero dos y número tres. Como artista todo el mundo sabe cómo era, pero como persona, ella y su marido estarán en la Gloria».

De Antonio Machín recuerda su simpatía y generosidad y un almuerzo que nunca olvidará: Acababa de comer con él en su casa junto con dos jóvenes de su compañía, porque marchaban a actuar a Marsella. El propio cantante cubano les despidió al pie de su casa mientras él conducía su Mercedes -su marca de siempre-. «Y llegamos a Marsella y escuchamos en la radio que acababa de fallecer Machín. No nos lo podíamos creer».

Y de Antonio Molina recuerda que contaba de él que era «su hermano» y hasta bromeaba asegurando que lo de Bonilla era su nombre artístico, que eran hermanos de verdad.

Con 83 años, Emi sigue teniendo unas envidiables cuerdas vocales, capaces de todos los registros. Actúa para peñas, asociaciones de mayores y todo el que se lo pida, de forma desinteresada y siempre con una sonrisa. Es un artista generoso, luchador y vitalista que espera poder contar -cuanto antes mejor- con una casa propia de nuevo para disfrutarla por muchos años.