El modelo de ciudad. ¿Cuántas veces habré escuchado esa frase en boca de unos y otros para debatir acerca del futuro de esta urbe? ¿Tiene Málaga un modelo de ciudad, sabe hacia dónde va y de dónde viene o su estrategia a corto y medio plazo es sólo la consumación de ocurrencias de unas cuantas mentes pensantes que se plasman, gracias a las mayorías municipales, a cada cierto tiempo a través de decisiones políticas? Yo creo que sí hay un modelo de ciudad para el equipo de gobierno y son las aristas de ese plan las que se están desplegando sobre el terreno, pero bien es cierto que la oposición también tiene su propio modelo. Mientras el primero aboga por la libertad empresarial y el apoyo de esa creación de riqueza en el espacio urbano, el segundo aboga por un crecimiento sostenible apoyado, sobre todo, en la creación de grandes espacios verdes. Eso sí, lo que ya se ha constatado es que este modelo actual de ciudad se ha desbocado y ha llegado la hora de tratar de que no se cumpla la frase, ya más malagueña que la calle Larios, de que la urbe, la capital de la Costa del Sol no muera de éxito.

¿Por qué digo esto? Bueno, ya han visto que el equipo de gobierno, que titubeó tanto con la declaración de Zonas Acústicamente Saturadas (ZAS) en 103 calles del Centro Histórico y Teatinos, lo que implicaría una moratoria para bares y restaurantes durante cinco años (no podrán abrir) y un recorte en el horario de las terrazas, ha endurecido significativamente el texto y lo ha aprobado definitivamente. Eso no ha gustado a hosteleros ni a vecinos, pero lo cierto es que, y eso no puede negársele a PP y Cs, es algo más ambicioso que el anterior.

Lo que quiero decir es que la realidad, al fin, ha acabado por ayudar a Málaga a ir muriendo de éxito, teniendo en cuenta que el dinamismo de la ciudad hace que ese deceso llegue en varios años y no ahora, y en ese proceso de ir feneciendo, que es gerundio y por tanto continuo, el equipo de gobierno ha abrazado los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) -fíjense en las chapitas que lleva el alcalde, Francisco de la Torre-y está endureciendo algunos de sus proyectos para que el caballo no se desboque. El ZAS es uno, pero hay otro que llamó la atención en las comisiones de pleno del pasado lunes: me refiero, claro está, a las tasas turísticas que han puesto en marcha otras ciudades como Palma de Mallorca o Barcelona, un impuesto que se cobraría a los turistas por pernoctación según la categoría del establecimiento, llevada a la Comisión de Economía por Adelante Málaga y el incisivo Nicolás Sguiglia, que hace bueno aquello de que la izquierda, entre otras cosas, tiene en la ecología y la sostenibilidad del territorio uno de sus pilares ideológicos.

El caso es que Sguiglia planteó que con ese impuesto podrían sacarse cuatro millones de euros anuales y ese dinero debería invertirse en pagar el sobrecoste que tienen la seguridad, la limpieza o el mantenimiento de las infraestructuras de la ciudad. Eso se llama carácter finalista. Hasta ahora, el equipo de gobierno contestaba con una voz monocorde a este tipo de propuestas: no porque no hay legislación estatal o autonómica que soporte la ecofiscalidad turística. Pero sorprendió que la edil de Turismo, Rosa Sánchez, hablara de que el Foro de Turismo del próximo 15 de enero sí vaya a abordar este tema y dijo que se habían hecho varios estudios al respecto en el área, algunos sobre la legislación que sustentaría la iniciativa y otros sobre la potencial recaudación del impuesto. La historia no sólo sorprendió a la oposición, sino a algunos miembros del equipo de gobierno, porque ese discurso pre (que no pro) tasa, aún embrionario, no se ha discutido a grandes rasgos y con profundidad en el equipo de gobierno. Claro que ya saben eso de que el alcalde es un verso suelto y, por tanto, tal vez podría haber existido una conversación entre Sánchez y De la Torre y de ahí surgió el nuevo argumentario. Sin embargo, Rosa Sánchez votó que no a la propuesta de Adelante Málaga para instaurar una tasa turística para luego decir que se está estudiando. Adelante, claro, ya ha pedido todos esos informes, al igual que el cronista que firma esta pieza. Hasta el momento sin respuesta.

Hasta Sguiglia pidió que no hablaran de turismofobia ni nada de eso, sino que abrieran el debate a los ciudadanos con una mesa transversal en la que estuviera todo Dios. Pero aquí la concejala habló de consenso y el consenso en estas historias es con el sector. Lo único que no se ha consensuado últimamente fue el cese de Javier Hernández como director general de Turismo del Consistorio. El sector, claro, ya ha dicho que no. Y cuando digo sector hablo de los hoteleros.

En el mismo foro, se habló también de una propuesta de la confluencia entre IU y Podemos de descentralizar el turismo, es decir, llevarlo a los distritos y pasar un poco más del casco antiguo, para evitar avalanchas humanas como la del Puente de la Inmaculada viendo luces. Y otra vez Rosa Sánchez dijo sí y señaló que se estaba estudiando y se habían dado pasos creando rutas alternativas en diferentes distritos, con el fin de potenciar los elementos atractivos para el turismo.

Ya son, por tanto, tres elementos que dejan claro que el equipo de gobierno se está preocupando por los síntomas de agotamiento prematuro que muestra el modelo: se ha endurecido el ZAS, se plantean la tan temida tasa turística y hay estrategia de descentralización. La primera medida, recuerden, fue imponer otra tasa a las viviendas turísticas. Y todo viene acompañado de la nueva sensibilidad urbanística por extender los espacios peatonales en todos los proyectos nuevos como la Alameda Principal o la inminente semipeatonalización del eje que conforman Larios o Carretería. Pero el malagueño sigue erre que erre, y cuando hablo del malagueño no me refiero a la intelligentsia de Twitter, que también, sino a la gran masa común entre la que él cronista también se pierde que, según el plan de movilidad de la ciudad, sigue prefiriendo el coche al transporte público o a la bicicleta (ha subido el uso del vehículo privado un 10% entre 2014 y 2018) y ocupamos 1,2 plazas por coche para ir a trabajar, obviando las estrategias de uso compartido que tan bien han ido en otras ciudades. Parece, escuchando a los responsables del informe, que la cosa no está tan mal en relación a otras ciudades pero, como diría una tonadillera, a mí me importa la mía y en la mía queda demasiado por hacer en materia de movilidad ecológica y sostenible.

Ante el gentío concentrado en Navidad en el Puente de la Inmaculada, el edil de Movilidad, José del Río, un tipo que se dedica a trabajar, ya ha dicho aquello de los aparcamientos disuasorios en las entradas de la ciudad para que quienes vengan de por ahí puedan aparcar y combinar en sus trayectos el metro o los autobuses de la EMT. Y hay más medidas, como la colaboración con el Puerto, que se ha avenido a que aparquen autobuses en él y a que puedan descargar y subir viajeros, descongestionando otras zonas de la ciudad.

Como ven, la definición de una estrategia sobre el modelo de ciudad está en constante evolución pero ahora el equipo de gobierno se acerca más a una interpretación algo más restrictiva, después de una época que podríamos calificar de casi salvaje ahora en vías de moderación (ahí están las pocas terrazas que acogerá Carretería, por ejemplo). La historia también pasa por aceptarnos como ciudad y hacer compatible esa aceptación plena de nuestra naturaleza turística con medidas amables para que los sufridos vecinos de determinadas zonas puedan descansar. Pero el salto urbano ha sido gigantesco en las dos últimas décadas y, más allá del natural derrotismo malaguita descargado con saña sobre periodistas y políticos, bien haríamos en sumarnos a un debate sosegado sobre cómo evitar la muerte por éxito. Poco a poco, pero de manera constante.