Igualdad

Desigualdad política enraizada en el género

Los avances alcanzados en espacios como las listas electorales contrastan con la falta de presencia femenina al frente de los grandes partidos, de los gobiernos o de las carteras de peso

Desigualdad políticaenraizada en el género

Desigualdad políticaenraizada en el género / L. O.

Juanma Vázquez

Casi tres milenios han pasado desde que el poeta Hesíodo narrara en su ‘Teogonía’ el nacimiento del cosmos y el ascenso al Olimpo de los que se asocian como principales dioses de la antigua Grecia. Según esta tradición, fueron doce —seis diosas y seis dioses— las deidades que lograron alcanzar la supremacía, una aparente paridad entre lo femenino y lo masculino en las cifras. El trasfondo del poder tras el dato, ejemplificado con Zeus erigido en rey de dioses y gobernante supremo, era muy diferente. La igualdad se trataba solo de un número y su referencia, aunque mítica, bien podría servir para explicar el contexto que aún hoy —y pese a los avances conseguidos— encierra el ámbito político.

Porque un cuarto de siglo después de que la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Pekín —suscrita por 189 países— señalara que «la potenciación del papel de la mujer y su plena participación en condiciones de igualdad en todas las esferas de la sociedad, incluidos la participación en los procesos de adopción de decisiones y el acceso al poder» eran «fundamentales para la igualdad, el desarrollo y la paz», la realidad resulta muy diferente. Según ONU Mujeres —organismo destinado a fomentar el empoderamiento de la mujer y la igualdad de género—, solo 13 países en todo el mundo contaban a comienzos de este año con una mujer como jefa de Gobierno y únicamente el 21 % de los ministerios eran liderados por féminas. Además solo uno de cada cuatro escaños en los parlamentos nacionales tiene en la actualidad nombre femenino.

«A las mujeres nos cuesta más acceder a los espacios de poder porque hemos llegado tarde al espacio público en general», analiza sobre esta situación Silvia Soriano, profesora de Derecho Constitucional y directora de la oficina para la Igualdad de la Universidad de Extremadura. Los datos avalan su afirmación. En la UE, solo cinco —Alemania, Dinamarca, Estonia, Finlandia y Lituania— de los 27 países miembros son liderados por mujeres. Es el gran déficit político que todavía no se ha superado en España, pese a que desde este julio —tras la remodelación ejecutada por Pedro Sánchez— el Gabinete ha elevado su cifra femenina del 54 % al 63 %, manteniendo todas las vicepresidencias ocupadas por ministras.

Una «prueba del algodón»

«Que una mujer llegue a la presidencia del Gobierno es una especie de prueba del algodón de que es una sociedad sana», apunta la directora de la Fundación Mujeres, Marisa Soleto, sobre un ámbito que, pese a los retos y las dificultades presentes, se encuentra más avanzado en términos igualitarios que otros. En este sentido, como explica la politóloga y doctora en Estudios Interdisciplinares de Género, Lidia Fernández Montes, «las mujeres hemos llegado más a los espacios donde la ley actúa —en el caso político, la Ley de Igualdad de 2007 limita la presencia mínima de un sexo al 40 % en las listas electorales—, pero donde la ley no actúa, esa paridad no se da».

Esta es la realidad que se aprecia, por ejemplo, con las carencias de figuras femeninas en las altas esferas de las direcciones empresariales o las cátedras universitarias, espacios con un camino especialmente largo aún por recorrer en busca de la paridad. Sin embargo y en un contexto de aparente mejor posición de la política respecto a la falta de igualdad, ¿son los obstáculos que limitan el acceso al poder de las mujeres tan diferentes entre unos ámbitos y otros? La respuesta, a pesar de la diferencias, es negativa.

Según un informe de la oenegé Women Deliver sobre la igualdad de género en 17 países, casi el 60 % de las encuestadas aseguraban haber experimentado alguna forma de discriminación en su entorno personal, profesional o público por ser mujer, señalando como los tres principales motivos para la desigualdad ‘el papel de la religión y la cultura’, las ‘diferencias en las oportunidades laborales’ y, especialmente, ‘la distribución desigual entre hombres y mujeres de los cuidados no remunerados’, ya sea en el ámbito doméstico o en las responsabilidades parentales. «El espacio público se construyó por hombres y para hombres», lo que «dificulta que el acceso se haga con igualdad, porque nosotras llegamos haciéndonos cargo de las cargas familiares, dedicando más tiempo a los cuidados», insiste en esta línea Soriano.

Menor confianza en la mujer

Aunque los obstáculos para acabar con la desigualdad van, en muchas ocasiones, más allá de lo simplemente visible. Pese a los pasos y las barreras rotas, en las propias percepciones sociales continúan presentes estereotipos de otra época.

Según datos del año 2020 de ONU Mujeres, son las carteras de Asuntos Sociales o de Familia, Infancia y Tercera Edad las que, con diferencia, se encuentran dirigidas habitualmente por mujeres, unos datos que contrastan con valores mucho más bajos en otros ámbitos. Como señala Marisa Soleto, «se sigue viendo cómo se confía menos en las mujeres para según qué cuestiones» y apunta al caso de la economía. «Se sigue pensando que las mujeres no representan adecuadamente lo que es el poder económico o que no tienen la agresividad que se necesita para ese tipo de negociaciones», añade.

No es un comentario alejado de la realidad. Solo en cinco de los 27 países de la UE la cartera económica está en manos de una mujer, una prueba de esa falta de confianza que también se observa en la presencia femenina al frente de los considerados ‘ministerios de Estado’. De las cuatro carteras —Justicia, Interior, Exteriores y Defensa— con gran peso en un Ejecutivo, solo la judicial alcanza en el ámbito europeo una situación paritaria (14 de los 27 puestos ocupadas por mujeres). En el resto, las cifras de mujeres como dirigentes ni siquiera alcanzan el 27 %.

Para Fernández Montes, esta falta de presencia en los puestos de liderazgo va estrechamente ligada al concepto del ‘capital homosocial masculino’, un elemento que «les catapulta a ellos a los puestos de poder a pesar de que nosotras podamos contar con más formación, más experiencia o características personales similares». «Por lo general un varón va a elegir a otro varón», insiste sobre ello la politóloga. En España, sin ir más lejos, ninguno de los tres partidos mayoritarios en el actual Congreso de los Diputados —PSOE, PP y Vox— cuenta o ha contado como máxima figura de la formación con una mujer.

Una mirada al futuro

Frente a esta situación, Fernández Montes asegura que el primer paso para cerrar la brecha de la desigualdad debe ser reconocer «que siguen existiendo barreras y visibilizarlas» para que luego se puedan establecer «mecanismos» que vayan desde la corresponsabilidad en el cuidado de los niños a dejar atrás los métodos vigentes de cooptación para sustituirlos por los méritos y la capacidad. «Es una cuestión de tiempo, de implicación, de educación y de creer que es necesario que todos tengamos las mismas oportunidades de acceder a un puesto. Se trata de cambiar el sistema desde la raíz», remarca en esta misma visión Silvia Soriano.

Porque el camino hacia un futuro igualitario, también en la política, pasa por el presente. Como señala Soleto, la mujer debe ser parte de todos los ámbitos de la sociedad y sus decisiones y «entender la paridad como un valor en sí mismo». «Si un grupo que tiene que tomar decisiones es más plural, probablemente se basará en experiencias más diversas y acertará más en sus políticas», explica la directora de la Fundación Mujeres, que también pone el foco en el impacto que esta visibilización de políticas, empresarias o científicas pueda tener en el mañana.

«Una sociedad en la que las mujeres participan en todos los ámbitos está ofreciendo un modelo a las futuras generaciones que hará mucho bien», enfatiza sobre una perspectiva que también comparte Soriano. «Las mujeres verán que dentro de sus posibilidades está cualquier cosa que quieran ser», remarca la experta de la Universidad de Extremadura. El reto, mientras tanto, pasará por conseguir romper con todas las desigualdades persistentes. De una vez y para siempre.

Violencia oculta en el ámbito político

Ha pasado casi una década desde que la ONU lanzara un mensaje claro a los Estados. En un contexto en el que la mujer había ganado presencia en parlamentos y gobiernos, era indispensable garantizar su avance frente a aquellos sectores más reaccionarios. Y en el foco, una realidad: la violencia. «Deben investigar las denuncias de actos de violencia, agresión o acoso perpetrados contra mujeres elegidas para desempeñar cargos públicos», rezaba la resolución. Las mujeres no solo habían tenido que superar más barreras para acceder a un cargo de poder, sino que también sufrían una violencia específica una vez lo conseguían. Años después, y pese a los avances paritarios, el panorama no ha variado por completo. Según un estudio realizado por la Unión Interparlamentaria y la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa entre más de un centenar de mujeres en las Cámaras europeas, en 2018, más de un 85 % reconocía haber sufrido violencia psicológica en su mandato; un 47 % destacaba que las habían amenazado con matarlas, violarlas o darles una paliza, mientras que una de cada cuatro afirmaba haber sufrido violencia sexual. La realidad más dura de una violencia que también se refleja aún hoy en aspectos menos visibles. «Seguimos viendo pies de foto en los que se habla de que determinada política va vestida como no se qué, mientras de los hombres no se habla sobre qué tipo de traje llevan. Los insultos y valoraciones a las mujeres son específicos», resalta Silvia Soriano, directora de la oficina para la Igualdad de la Universidad de Extremadura. No es el único ejemplo. Porque más allá de preguntas sobre cómo compaginar vida familiar y profesional, la desigualdad también se aprecia en palabras y, especialmente, en hechos. Como el ‘sofagate’, cuando la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, fue relegada en una visita oficial a Turquía a un sofá secundario mientras los hombres ocupaban los sillones principales, una falta de reconocimiento que también se da en las Cámaras. «Cuando sale un hombre a hablar en el hemiciclo hay mucho menos ruido de fondo que cuando sale una mujer; se le da menos relevancia a lo que está diciendo», subraya la doctora en Estudios Interdisciplinares de Género, Lidia Fernández Montes. Otras veces, sin embargo, el ataque es directo y machista, como le pasó a la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, cuando un diputado del PP afirmó que «en Podemos las mujeres solo suben en el escalafón si se agarran bien fuerte a una coleta». Ataques y menosprecios que, sumados a las dificultades en aspectos como la conciliación, «crean un caldo de cultivo perfecto para que la mujer se lo piense mucho antes de embarcarse en una carrera política», concluye Soriano.