Memorias de Málaga

La cesta de la compra se fue

La famosa ‘Cesta de la Compra’ de la Economía es hoy un carrito, tampoco hacen falta cajeros ni telefonistas, ni comisiones de investigación que no llegan hasta el final

Un artesano realiza una cesta de mimbre en 2000 en una acera de la barriada García Grana.

Un artesano realiza una cesta de mimbre en 2000 en una acera de la barriada García Grana. / Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Cada vez que se solicita a través de cualquier medio - manifestaciones, huelgas, apedreamientos, encierros, escraches, pitotes, ruedas de prensa sin preguntas y otras - como consecuencia de la subida de los precios de todo lo habido y por venir – luz, gas, IBI, autobuses...- sale a colación «la cesta de la compra», o sea, la repercusión directa sobre la compra diaria.

La Cesta de la Compra – que se adquiere a diario en los mercados y supermercados - es la que más directamente afecta al bolsillo o economía de la población media, o sea, a todo el mundo, con exclusión de los que se mueven en el Ibex 35 y otros mandamases, magnates y acaudalados señores que viven en nuestro país.

¿La cesta de la compra? Desde que se inventaron los carritos de la compra, las cestas de mimbre, de juncos y otros materiales rígidos y flexibles, pasaron a mejor vida.

Las amas de casa y los amos de casa, porque cada día hay más hombres que hacen las compras diarias en los establecimientos de alimentación, utilizan los cómodos carritos que circulan entre las naves de los mercados como los coches en las calles, que desplazaron el uso de la cesta. Ahora, los carritos o bolsas de plástico de usar y tirar al contenedor amarillo, o gris, a la basura indiscriminada, al cauce del río o arroyo más cercano, al mar o al suelo de la misma calle en la que se habita, son los que mandan.

La famosa cesta de la compra de la economía es hoy un carrito, tampoco hacen falta cajeros ni telefonistas, ni comisiones de investigación que no llegan hasta el final

Luz y taquígrafos

La exigencia que se reclama en el Parlamento, en el Senado, en los ayuntamientos, en las diputaciones y otros estamentos de la vida social del país de ¡Luz y taquígrafos! para que se registren todas las intervenciones de las señorías y similares, hoy, en 2022, es un recurso obsoleto porque todo lo que se dice, incluidos los tacos (no de almanaque, sino los del lenguaje coloquial para reforzar una condena) son recogidos en las grabadoras. Los taquígrafos y estenotipistas son innecesarios. Con copiar lo grabado, basta, y para asegurarse de que no se pierda nada, en lugar de una grabadora, dos o tres. La modernización no debe afectar a los funcionarios que ejercen este trabajo; serán los encargados de recoger en papel todas las grabaciones que deberán conservarse sin límite de caducidad.

Llegar hasta el final

Cuando se inicia la investigación de un asunto poco claro (casi siempre por motivos económicos o mangoneo) los acusadores recurren a una frase hecha: Hay que llegar hasta el final… un final que nunca llega o se diluye en agua natural con o sin gas. No cito nombres para que no me vaya a denunciar algún imputado por poner en duda su honorabilidad, y lo de honorabilidad no va con segundas. Han pasado al baúl de los recuerdos sucesos y casos que se diluyeron y que están recogidos en los periódicos de épocas pasadas y no olvidados. ¿Quién se acuerda del barco del arroz, que no fue una leyenda urbana sino una realidad no esclarecida? Y todavía están por ahí inconclusos o cerrados el ‘caso’ de la Banca Catalana con varios millones evaporados, el incendio del edificio Windsor de Madrid, una torre de más de cien metros de altura que ardió en 2005, y que todavía no se ha aclarado cómo se produjo; ni la misteriosa desaparición de más de cuatro millones de litros de aceite de oliva de Redondela, el caso del 3 % de la Generalidad catalana… y otros que están en liza y que se eternizan y acabarán archivándose.

Cuando leo u oigo que la ‘Oposición’ de turno exige llegar hasta el final de un algún tema oscuro o sospechoso, me digo: Se acabó. No se aclarará nada.

La cesta de la compra se fue

Una oficina bancaria en Málaga, de las que cada vez quedan menos / Guillermo Jiménez Smerdou

Los cajeros

También está en desuso la profesión de cajero o persona encargada de atender el pago o cobro de dinero en los bancos, porque la tendencia es que las operaciones se lleven a cabo en los llamados cajeros automáticos, que además de obligar a los clientes a aprender con facilidad o dificultad su manejo, suponen un riesgo para el usuario porque habitualmente los cajeros están fuera del recinto de la entidad bancaria. Están fuera, al aire libre o en cabinas protectoras. Los amigos de lo ajeno (los ladrones y demás ralea) o atracan al usuario in situ o lo siguen hasta la primera esquina para robarle con violencia, o no, según el físico del hombre o mujer. El que recurre a un cajero automático no es, generalmente, para introducir dinero sino para extraerlo. La figura del cajero que paga va a menos. Ahora es un aparato, un robot… un sueldo menos para la entidad bancaria.

Las consultas telefónicas

En las grandes y pequeñas empresas ya no hay telefonistas o personas encargadas de atender las llamadas de los clientes, o posibles clientes. Cuando se llama, por ejemplo, a la compañía que le suministra la energía eléctrica o servicio telefónico, compañía de seguros, gran superficie, cerrajería, agua, taller, hospital, clínica… la respuesta es más o menos: Si es para una reclamación, marque 1, si es para un consulta marque el 2, si es para pedir hora marque el 3, si es para hablar de una avería marque el 4… y cuando va por el 9 o 10, la misma monótona voz le dirá que «si es para otra cosa», marque el 22, que una operadora le atenderá.

Cuando marca el 22, la misma voz le advertirá «en este momento todos los operadores están ocupados» y que dentro de unos segundos le atenderán. E inmediatamente empezará a sonar una musiquita que se cortará para repetirle que dentro de unos segundos uno de los operadores le atenderá y otra vez la misma musiquita… hasta que el cliente se cabrea y cuelga el teléfono con fuerza con peligro de romperlo.

La cesta de la compra se fue

Una operadora telefónica / Guillermo Jiménez Smerdou

Hay otros puestos de trabajo eliminados para beneficio de las empresas, y molestias para el usuario. Si reside usted en una localidad de pocos habitantes, eso que denominan ‘la España vacía’, no puede ir a cobrar su pensión porque la sucursal o agencia ha decidido, con anuencia de los consejeros (algunos procedentes de las llamadas ‘puertas giratorias’), cerrar porque no es negocio mantener una oficina para ‘cuatro gatos’. Ya han desaparecido de las listas de ocupaciones y oficios algunos que no hace demasiados años daban empleo a gentes de uno y otro sexo, trabajos por lo general duros y que requerían en algunos casos, fuerza.

Ya no hay lavanderas (se inventaron las lavadoras), no hay planchadoras (hay tejidos que no necesitan plancha), no hay costureras (se tiran las prendas y se compran otras), no hay cogedoras de punto de medias (las mujeres casi no utilizan medias o se tiran tras un único uso), no hay zurcidoras porque los calcetines y otras prendas menores van a la basura; no son necesarias las tintorerías para teñir de negro determinadas prendas de vestir porque los lutos no se llevan, los especialistas en reparaciones de frigoríficos, televisores y en general de todos los productos incluidos en el ‘pequeño electrodoméstico’ no son necesarios porque cuando se escacharra es más barato comprarse uno nuevo que repararlo… A este ritmo ni los periodistas seremos necesarios dentro de nada.

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