Ayuda

Maydan Málaga: toneladas de esperanza

La antigua nave de Cruz Roja en Intelhorce es un hervidero de solidaridad donde decenas de voluntarios hacen turnos para clasificar todos los productos que llegan desde todos los rincones de la provincia para ayudar al pueblo ucraniano

El trabajo en la antigua nave de Cruz Roja es frenético.

El trabajo en la antigua nave de Cruz Roja es frenético. / L. O.

Las muestras de solidaridad con el pueblo ucraniano se suceden cada día desde todos los rincones de la geografía malagueña. No hay más que darse una vuelta por la antigua nave de Cruz Roja en Intelhorce, para darse cuenta de los ríos de solidaridad que llegan hasta el almacén de la Asociación Maydan Málaga, que centraliza toda la ayuda humanitaria que llega desde los pueblos de Málaga con destino a Ucrania.

Cada día, decenas de voluntarios se dan cita en la nave de la asociación para clasificar toda la ayuda que llega empaquetada en cajas de todos los tamaños con destino al pueblo ucraniano. Alameda, Villanueva del Trabuco, Alhaurín de la Torre, Ronda, Málaga... la ayuda llega desde todos los rincones de la provincia.

Allí, caja a caja, bolsa, a bolsa, palé tras palé, los voluntarios se agrupan la mayor parte del tiempo en silencio para clasificar toda la ayuda según su contenido y llenar cajas de pasta, de conservas, de galletas, de comida en lata, de leche, de zumos, de biberones y chupetes, de comida para bebés...

No hay mucho tiempo para hablar. Ni muchas ganas. Las imágenes que llegan desde Ucrania dan testimonio de las necesidades que están pasando sus compatriotas y de que no hay ni un minuto que perder. Por eso, después de una caja se abre otra, y otra y otra... «¡por qué no abres dos a la vez, así iríamos más rápido!», comenta una voluntaria ucraniana en perfecto castellano a quien está abriendo las cajas de un inmenso palé.

A su alrededor, otras mujeres van guardando celosamente los artículos que miles de malagueños donan día tras día en ayuda del pueblo ucraniano. «Yo llevo las conservas, el chocolate dámelo a mí, yo cojo las galletas....»

Cada caja se llena hasta los topes para aprovechar el espacio y poder apilarlas según su contenido y su peso una encima de otra sobre un palé, formando una montaña de solidaridad. Cuando la altura es respetable se acercan varios hombres y envuelven el cargamento con plástico transparente para que no se venga abajo. Una vez listo se acerca otro voluntario con un ‘torito’ para enganchar el palé por abajo y llevarlo con precisión de cirujano entre los pasillos atestados de cajas hasta la entrada de la nave, donde aguarda impaciente un camión en el que se van depositando las ilusiones y las esperanzas de miles de compatriotas.

«Hora de comer, todos a comer». Una de las jefas de la nave de Maydan anuncia que la comida está lista. Tres voluntarias ucranianas, que llevan más de veinte años en España se encargan del avituallamiento. «Tenían un bar en Huelin que han trasladado a Cártama y ellas mismas cocinan y traen la comida para los voluntarios», cuenta Olga, una cordobesa que se encarga de ordenar uno de los bienes más preciados del cargamento de ayuda humanitaria: el material de primeros auxilios. «Yo estoy aquí por lo mismo que tú: porque no podía seguir más tiempo en mi casa viendo las imágenes sin hacer nada. Así que tú te vienes ahora mismo a comer con los demás».

La abuelas coraje tienen buena mano en la cocina: pollo guisado, patatas cocidas, pastel de verduras. No falta la fruta: manzanas, naranjas. «¿Quieres un café? Coge una rosquilla o una magdalena. No entiendo por que Putin nos hace esto. No hay derecho. Nos están matando», cuenta una de las cocineras, mientras las demás se afanan en recoger los restos y dejar todo limpio.

Tras reponer fuerzas hay que seguir clasificando cajas. No hay tiempo que perder. Las estanterías están repletas de solidaridad. «Lo que más nos falta ahora es gente que pueda llevar toda esta ayuda hasta Ucrania», comenta una voluntaria.

Los jóvenes llenan con enormes bolsas de ropa las furgonetas que van llegando. Los hombres se arremolinan en torno al camión para terminar de subir las cajas. En un momento dado uno muestra un teléfono móvil a otro. Se acerca otro curioso. Se hace el silencio. Uno tras otro empiezan a mirar su móviles. No es difícil imaginar lo que pueden estar viendo. Las imágenes de la guerra recorren el planeta en segundos a través de los teléfonos móviles. «Venga, no hay tiempo que perder. Aún quedan mas cajas», comenta otro. Y al momento vuelven todos a trabajar, el semblante serio.

Por la tarde se acercan más voluntarios. La ayuda es constante. La necesidad, toda. Y la solidaridad, infinita. Como los ciudadanos que traen ayuda en su coche. «Traigo ropa y botas de campo», dice un joven. «Ropa tenemos mucha, si puedes guardarla y traerla dentro de unos días, sería genial -responde una de las encargadas-. Las botas sí, las botas les vendrán bien a nuestros soldados. Y la comida. Gracias», responde la mujer.

La solidaridad es infinita: el viernes llegó a Nerja un autobús con refugiados y ayer salió otro con ayuda desde Alhaurín

La misma solidaridad que recibe Maydan Málaga fluye igual desde todos los puntos de la provincia. Si el viernes llegaba un autobús con refugiados fletado por el Ayuntamiento de Nerja, ayer partía otro de Alhaurín de la Torre con destino a Przemsyl (Polonia) cargado de ayuda humanitaria por iniciativa de Imfobús (una asociación de empresarios de transporte de viajeros por carretera) y la Fundación Esperanza. Un empresario alhaurino ha pagado de manera anónima el combustible del autobús, aportado por Autocares Quino e Hijos, SL. En él viajan voluntarias de la Fundación Esperanza, con el propósito de traer de vuelta a Málaga a familias de refugiados ucranianos en Cracovia, de manera coordinada con el Consulado. La guerra acabará algún día. La solidaridad, nunca.

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