La complejidad que nos ofrece la obra maestra de Rossini, ópera cómica por excelencia, va mucho más allá de su hilaridad. Su sofisticado mecanismo está tan bien engranado que nos parece natural y simple.

Escrita en el tiempo récord de trece días, según confesara el propio autor, y bajo el título inicial de Almaviva, ossia l'Inutile precauzione (Almaviva o la inútil precaución) para evitar la coincidencia con la ópera Il barbiere di Siviglia de Giovanni Paisiello (San Petersburgo, 1782), supuso un rotundo fracaso la noche de su estreno. En cambio, el éxito fue arrollador en la segunda representación. Aunque su predecesora en un pricipio prevaleció sobre ella, sólo la de Rossini ha soportado el paso del tiempo, es una de las obras permanentes del repertorio lírico universal y la ópera más representada de la historia. Sus magníficos números de conjunto, sus arias y sus efectos orquestales constituyen una verdadera colección de paradigmas de exhibición llenos de ingenio y creatividad. El carácter enérgico, alentador y jocoso de la obertura –interpretada con frecuencia como pieza de concierto– prepara psicológicamente al público para el ambiente en que se desarrolla toda la ópera. Y es esta música vital y sofisticada la que eleva a quintaesencia al astuto, pícaro e icónico personaje de Figaro, protagonista de la famosa trilogía de comedias de ambiente andaluz de Beaumarchais, extraído de la commedia dell´arte y eficazmente instalado en el imaginario colectivo.