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El alivio del paro y Rajoy

Mariano Rajoy actúa como un jugador convulsivo y obstinado que se empecina en el número de la ruleta que no sale en toda la noche. Su apuesta para desestabilizar el Gobierno es el catastrofismo en la economía y, al final, trasmite la percepción de regocijo ante cada mala noticia. Ahora de repente, las estadísticas del desempleo han dado un pequeño suspiro y han generado un halo de esperanza.

Como su apuesta es el tremendismo, necesita que los desastres se confirmen y hasta ahora sólo ha conseguido constituirse en un perdedor nato: dos elecciones generales consecutivas con la misma tecnología electoral: aglutinar a su electorado más radical y renunciar al creamiento por el centro con la esperanza de que la izquierda se desmovilice por falta de ilusión; no se percata que es él quien facilita la participación de sus contrarios que responden a la llamada de que "viene el lobo".

Quedan muy pocos días de campaña y las encuestas están apretadas y además hay muchos antecedentes de falta de confiabilidad.

Una derrota para el presidente de Gobierno sería un golpe duro; una derrota de Mariano Rajoy sería un golpe de muerte: le va la vida política en ello.

En el aire, lo que hay es indiferencia y hastío: el debate de antes de ayer confirmó que no tenemos candidatos entusiasmantes y que la población se sitúa tan lejos de Europa como se proponen los dirigentes políticos que alejan esa realidad política para convertirla en potaje

casero.

El domingo por la noche todo el mundo pretenderá que ha ganado aunque haya perdido. Pero Mariano Rajoy es el que más se juega en esto y el rostro se le está poniendo más taciturno que de costumbre.

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