Opinión | Notas sobre cine

Luca Guadagnino: Llámale por su nombre

Con Challengers el director italiano presume de versatilidad (te hace algo con tenistas como con caníbales), pero sobre todo cabala talento. Para hacer de todo pero contando lo mismo

El director Luca Guadagnino.

El director Luca Guadagnino. / L. O.

Hay cosas que no puede entender en este mundo: los que se aferran a creer que la tierra es plana, aunque las evidencias científicas les ahogue en un océano de verguenza; los que no son del Real Madrid, como metáfora justificativa de que en la vida no siempre se gana; y los especímenes -la manera más educada y eufemística para agrupar al campo de nabos de cine Twitter- que odian a Steven Spielberg.

Esta crisis de celos, de los que se miran en un espejo y la cristalera llora, es una forma de respuesta cuando no tienes razón. Meterse con los genios del cine es la revelación de una frustración, que es sinónimo de: no apreciar lo que te gusta, o lo que te gusta no sabes apreciarlo, o lo que te gusta en realidad va a ser coleccionar cromos y no Blurays en un altillo.

LUCA GUADAGNINO: Llámale por su nombre

Los protagonistas de 'Challenger', con Zendaya en el centro. / L. O.

Como pienso que la escritura es una reconvertida máquina del tiempo, ya me permito adelantar el futurible discurso de odio donde Luca Guadagnino sea una de las dianas. Porque si han crucificado también a Quentin Tarantino -por supuesta "romantización de la violencia"- o a Christopher Nolan -por considerarse casi un filántropo llenando salas con un biopic histórico de tres horas, encima en blanco y negro- no me quiero imaginar el vía crucis hacia un señor que se atrevió a rebotear un clásico como Suspiria.

Algunos verán Challengers (en La Opinión de Málaga somos guiris del idioma, no diremos Rivales) y solo tendrán ojos para Zendaya, la estrella del momento y del futuro, y aquí no hace falta máquina del tiempo para afirmarlo categóricamente. Ojalá que mi vecino de fila levante el dedo índice y diga: "Se nota que es una película de Guadagnino". Pero si no se diera cuenta también significaría que está bien, porque significa que Guadagnino dirige que te mueres.

Para ser director hay que ser más efectivo que autor. Al contrario de lo que piensas estos eruditos, un director no tiene porque levantar la mano. Poner su nombre y apellido en el póster y en el tráiler. Ser es saber hacer de todo. Luca Guadagnino, le llamo por su nombre en el mismo ejercicio romántico que tenían sus personajes en Call me by your name, sabe hacer de todo, como auténticos heredero de Ford o Mankiewicz. Se ha criado en Hollywood pero con la sensibilidad innata de cualquier italiano, como Coppola o Dario Argento, al que se atrevió a homenajear rompiendo las reglas de su Suspiria. Porque pocos se azuzan haciendo pelis de bailarinas, caníbales y ahora tenistas priapistas.

A veces como creador te vuelves esclavo de tu obra. De tu propio ombligo, el único horizonte que te queda tras arañar el metal. Se le puede preguntar a Wes Anderson por qué ahora hace cuadros y no películas. Por qué ahora esa manía de ser un pintor y encima plomizo.

Lo difícil es ser autor y director. Como Spielberg. Que emociona a conocidos y extraños. A los que dejaron de creer como los que sobreviven, en el cine, como espacio extemporáneo donde se comparte la mirada, no la contraseña. Yo a mi vecino de la fila me encantaría explicarle porqué encima veo autor a Guadagnino: una sexualidad que impregna no solo la imagen sino a sus personajes, al borde de la catarsis. Presos de un sentimiento, un espacio febril, como su pasado, que se vuelve diáfano para quienes se atreven a entrar. Como Maren con Lee. Como Caitlin con Fraser. Como Oliver con Elio.

Cuantos más años pasan más entiendo que en el cine la versatilidad es la virtud que escinde a los grandes de los pequeños. De los aspirantes a los que mueven la cámara con la levedad de una raqueta de tenis.