Denys de la Patellière, el director de la legendaria película Un taxi para Tobruk, había perdido a dos hermanos en la II Guerra Mundial, y con esa película, extraña y magnífica coproducción de Francia, Alemania y España (Germán Cobos compartía cartel con Charles Aznavour y Lino Ventura), quiso honrar su memoria mediante el lúcido y radical alegato anti-bélico de su argumento. Hace ahora exactamente 50 años del estreno, y Tobruk, el estratégico enclave libio próximo a la frontera egipcia, no está hoy asediado, como en el 1942 que recrea la película, por el Africa Korps del mariscal Rommel, sino por la soledad. Sus 200.000 habitantes, en la estela del admirable ejemplo que los pueblos del norte de África están dando al mundo, sacudiéndose a pelo a los asesinos y a los ladrones que les machacaban la vida, han liberado la ciudad, pero sus escopetas, sus botellas de gasolina, sus pistolas y el armamento obsoleto de las tropas que han abrazado la causa popular tal vez no sean suficientes para defender lo ganado si Gadafi se recobra y si las potencias democráticas perseveran en su inanidad.

Por miles se cuentan ya las víctimas mortales del venático que tan agasajado venía siendo en los últimos años por esas potencias precisamente. Todo el petróleo de Libia, que es mucho, era suyo. Con Berlusconi, el idilio era apasionado, y tampoco debió hacer malas migas con Aznar, al que regaló un caballo de pura sangre árabe. Leo que su hijo Saif, el que hoy atiza la brutal represión contra su pueblo, anduvo por España de cacería, de qué si no, invitado por el yernísimo Alejandro Agag, al que puede que los actuales acontecimientos le arruinen los negocios en Libia que tan bien le pintaban con tan exquisito introductor. Y de Zapatero, qué decir, sino que hasta ayer mismo se hinchó a vender armas, algunas de las cuales se usan en la masacre, al coronel.

Ojalá alguna cadena de televisión tenga en detalle de emitir Un taxi para Tobruk. Es una película excelente, pero infinitamente más lo es, sin duda, la población de Tobruk.