lmyr de Hory (Budapest 1906, Ibiza 1976) fue uno de los más afamados falsificadores de obras de arte. Firmó cuadros a la manera de Picasso, Manet, Modigliani, Degas, Matisse y de muchos otros, se mereció una película de Orson Welles y un libro de Clifford Irving (un gran falsificador de biografías, por cierto), y vivió refugiado en la isla de Ibiza enfrentándose con suicidios fingidos, cuatro en total, a las sucesivas órdenes de deportación que llegaban contra él hasta que a la quinta intentona, se dice que por negligencia interesada de su cómplice, el amante que heredaría sus bienes, perdió la vida de verdad. Elmyr de Hory, coherente en todo, falsificó también su muerte, cuatro de cuyas copias andan por ahí desafiando la realidad, y la pertinencia, de su muerte real. Pero hizo esto, falsificar su muerte, además de para librarse de la justicia, para seguir denunciando la radical falsedad de todo: la del mercado del arte, la de los sentimientos humanos, la de los códigos civiles y penales, la de la historia como disciplina académica, la de la dictadura del Yo en tanto que referente máximo del individuo, la de las costumbres conservadoras, la de las falacias epistemológicas que ponen la pereza del pensamiento por encima de la genuina creatividad, etc.

Elmyr de Hory fue, según cuentan los que le trataron en la isla de Ibiza, un juerguista impenitente, pero fue, sobre todo, si nos atenemos a sus obras, una especie de visionario (como sus colegas el holandés Han van Meegeren o el inglés Tom Keating) que puso del revés los valores inflados e inflacionistas del arte y de la vida, y que supo, una vuelta de tuerca más en su lucha contra las inercias conceptuales y económicas, sacarse un sueldo digno con esa actividad. No engañó a nadie excepto a los ya previamente engañados, y menos que nadie a los artistas homenajeados por su genio, cuyos cuadros recreaba o cuyo estilo imitaba con una sensibilidad, con un ojo (o con dos pares de ojos: los de la cara y los del alma) y con una cualificación técnica que les emparentaba con ellos en un grado infinitamente superior que el de los críticos, los eruditos, los abogados, los subastadores o los directores de museos. No cometió ninguna inmoralidad excepto para aquellos que han hecho de la moralidad un gran negocio. No se saltó más leyes que las injustas, es decir, las leyes ilegales, las leyes que nadie en su sano juicio debería caer en la tentación de respetar.

El Círculo de Bellas Artes de Madrid, sensible con la calidad artística de la producción de Elmyr de Hory y con el carácter paradójicamente ejemplarizante de un trabajo que usa la falsificación para poner al descubierto la falsedad generalizada de la sociedad en todos sus estamentos, le ha dedicado una gran exposición que, al parecer, y como explica su comisaria Dolores Durán, es el fruto de una ardua labor de investigación: para descubrir esos cuadros falsificados por Elmyr de Hory, para descubrir los pocos cuadros firmados por el propio Elmyr de Hory, para descubrir qué falsedad era falsa y cuál era verdadera (imagino que otros falsificadores, dada la fama que han acabado adquiriendo los cuadros de Elmyr de Hory, se habrán apresurado a falsificar sus falsificaciones o, al menos, a atribuírselas a él para elevar su cotización), para descubrir al verdadero Elmyr de Hory escondido detrás de las múltiples versiones que circulan sobre él. Una fiesta de la inteligencia y del mejor arte que nadie debería perderse.