El Real Madrid hunde a Barça y Bayern, por este orden. La transferencia psicológica de los azulgrana hacia las huestes germánicas de Guardiola se saldó anteayer con una depresión por contagio, a sumar a su temporada cenicienta. Para qué negar que numerosos forofos madridistas hubieran deseado a priori tener abierta la oportunidad de apostar por los muniqueses. Y cuán equivocados estábamos.

En el mapa de la relaciones de pareja irresueltas, tal vez fue Guardiola quien se contaminó del año sabático del Barça. El Bayern le fichó exclusivamente para ganar el partido de anoche, a nadie le impresionan sus proezas contra el Wolfsburgo. Cuando empezó el goteo de goles madridistas, el entrenador muniqués sufrió la alucinación de buscar en el banquillo a Messi. Solo encontró a Javi Martínez, a quien además lleva una temporada entera martirizando.

El Bayern de Guardiola se arrastró por el campo con las ínfulas de un favorito, a nadie le interesa ya dilucidar si lo era. El entrenador ha perdido mucho más que una eliminatoria en la que dejó transcurrir tres horas sin marcar ni un gol. Sus detractores al acecho no le perdonarán que se limitara a completar boquiabierto a un Real Madrid -merece la denominación íntegra- que en la primera mitad se comportó como el mejor equipo de la historia. Si existe el fútbol perfecto, ayer contemplamos un pedazo.

Cristiano define incluso los goles que no se apunta. Por dos veces, el pillastre Sergio Ramos se aprovechó de la vigilancia redoblada sobre el astro portugués para afianzar un resultado previsible por el dominio madridista. El primer gol estaba marcado desde antes de que Modric tomara carrerilla para enfilar el saque de esquina. El doble goleador demostró que podría ser calificado incluso de jugador inteligente, si no fuera por sus tuits.

La clasificación para la final no solo premia, sino que también resume, la valentía inicial del cardenal Ancelotti. Habrá que empezar a disculparse ante el entrenador italiano, comprobación empírica de que el Madrid no necesitaba un Von Karajan desmelenado, sino un consejero delegado. Bajo su gestión de contable, Benzema es Benzina y a Coentrao lo llaman Concentrao.

A quienes no entendemos de fútbol porque preferimos el piano, nos cuesta entender qué pretendía Guardiola anoche. El Madrid tuvo que sobreponerse a la sorpresa de su propio dominio, y de la cachaza de un Bayern que salió a ganar en la segunda mitad. Se comportaba como un híbrido de las filigranas de su actual entrenador y del metódico pragmatismo de Heynckes, ahora reivindicado. El entrenador catalán fue fichado para jubilar a los treintañeros Robben y Ribéry, que fueron sus únicas bazas agónicas en un partido que planteó gris sobre gris. Al tiempo, Müller dejaba sin argumentos a quienes sosteníamos orgullosos que el Madrid se equivocó de diéresis al fichar a Özil.

La exhibición madridista fue tan trepidante que durante unas horas arrinconó al plátano del millonario Alves. El lateral barcelonista ha empañado su bello gesto del domingo, digno de Dario Fo, con la declaración a los medios brasileños de que en España «hay mucho racismo». En efecto, una lacra insufrible frente al Brasil de los cien asesinatos diarios, una cifra muy superior a la registrada en zonas de guerra y en aumento. En fin, voy a comer mi banana diaria, desde la ligera insatisfacción de que es imposible que el Madrid repita en Lisboa, o en ningún otro sitio, su exhibición de anteanoche.