Mas ha resultado vencedor en el combate de voluntades cerriles que llevaba semanas librando con Junqueras. Y no digo cerriles porque cada uno se enrocara en sus propias posiciones, que también, sino porque los dos siguen empeñados en demostrar que a los catalanes no les interesa otra cosa que el plúmbeo proceso soberanista.

Mas gana porque las elecciones autonómicas del próximo 27 de septiembre -las terceras desde 2010- serán anticipadas y plebiscitarias pero no se celebrarán en marzo, como quería Junqueras, y además el líder de ERC se compromete a apoyar los Presupuestos de 2015, previo lavado de cara social e inclusión de dineros para seguir montando las estructuras de un hipotético y futuro Estado catalán.

Sin embargo, Junqueras también gana, porque no habrá lista unitaria, como Mas exigía, y sí, en cambio, hoja de ruta independentista y transversal, pero empotrada en programas electorales distintos.

No haber llegado a un acuerdo -el que fuera- hubiera significado el fin de la andadura soberanista, y en eso también ha salido triunfante el líder de CiU, que ha logrado convencer al de Esquerra de la necesidad de escenificar el fin de las discrepancias. No obstante, el pacto es de mínimos y sólo sirve para ganar tiempo y -quizá- evitar la ruptura definitiva. De hecho, tal parece que Mas y Junqueras no hacen otra cosa que quitarse el problema de encima, difiriéndolo.

Así lo prueba su decisión de anunciar la fecha de los comicios a ocho meses vista de su celebración, un tiempo que en teoría deberá emplearse en la creación de una Hacienda y una Seguridad Social catalanas, es decir, en tender «del aire al aire (€) una red vacía», como escribió Neruda.

Un tiempo, también, que Mas podría invertir en gobernar para el ciudadano catalán, esté o no significado en lo soberanista, y engordar un poco su enflaquecido morral legislativo -apenas una docena de leyes desde 2012. Quizá así pueda darle la vuelta a los sondeos que encabeza su socio/rival e, incluso, evitar la implosión de CiU.

Lo que no está claro, a tenor de las últimas encuestas, es que el binomio CiU-ERC conserve la mayoría absoluta en el Parlament; y si a esto le añadimos que a Mas y a Junqueras les resultará mucho más difícil llevarse al huerto a Podemos que a ICV y a la CUP -que retroceden ante el empuje del partido de Pablo Iglesias-, su proyecto de declarar la independencia después del 27-S -«la consulta definitiva»- puede encontrarse con una mayoría tirando a escasa.

Pero lo que menos claro está de todo es qué pueden importarle estos cálculos a los catalanes, en un momento en el que la opción independentista ya no es la mayoritaria en la comunidad, y cuando la incompetencia y la obcecación de sus políticos les obligan a acudir a las urnas autonómicas por tercera vez en menos de cinco años.

Más que cálculos, empiezan a ser piedras en el riñón, y ya se sabe lo que duele expulsarlas.