El cantil del puerto está dañado y afectadas tres embarcaciones recreativas por un error de velocidad del parsimonioso Melillero; los expresidentes de la Junta de Andalucía, Chaves y Griñán, citados a declarar como imputados ante el Tribunal Supremo por el caso de los ERE por falta de celeridad en sus intervenciones; el flujo de personas de otras provincias llegadas para trabajar en Málaga imprime una aceleración comparativa a inicios de la crisis; el exedil Damián Caneda apremia por la vía administrativa anhelando lograr la gestión de los Baños del Carmen; los trabajos de peatonalización del ámbito de la Catedral se realizan pausadamente y empresarios de la zona advierten un considerable retraso en los plazos de ejecución; el metro calmo inicia las obras que cortarán parcialmente durante 14 meses la avenida de Andalucía y el lateral norte de la Alameda Principal otras 28 mensualidades€ Como pueden percibir y padecer, nuestro contexto, en esta mitad de la segunda década del siglo XXI, viene delimitado por un mecanismo fluctuante entre el culto a la velocidad -sumergiéndonos en una vorágine de confusiones, equívocos y desaciertos- y un falso elogio a la lentitud -imprimiendo una impaciente calma, la cual nos proyecta a un estado de consternación continuado-. ¿Dónde hallar el equilibrio en una sociedad cada vez más asimétrica? Quizás una de las respuestas, como otras tantas regaladas por el indeleble creador, la propone Julio Cortázar en Rayuela cuando apunta del peligro de «las razones de arriesgar el presente por el futuro».

No hay que aventurar el ahora. Hoy, Miércoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma, es un oportuno momento para todos -creyentes o no- de reflexión, conversión y reconciliación. De analizar nuestro rol con el entorno. De entender hacia dónde vamos.

*Ignacio Hernández es profesor