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Punto final

Pero, ¿todos dopados?

Ya sé que el titular es excesivo, pero es que uno ya no sabe en qué creer. Viene a cuento mi malestar por las manifestaciones hace un par de semanas de la prensa anglosajona, la más presta en desvelar secretos y pillerías varias en el deporte. Nos han anunciado los problemas existentes en el atletismo, mostrando con el dedo sobre todo a Rusia y a Kenia.

Lo de Rusia viene de lejos, desde su proyección a través de sus satélites europeos, sobre todo la RDA, Checoslovaquia y Bulgaria, que mostraban el potencial comunista mediante el deporte. De todos es sabido que el deporte es un arma, no letal afortunadamente, que todos y cada uno de los Estados utilizan para demostrar lo bueno que es vivir en uno de ellos.

Aún están, para quienes no lo tengan en el recuerdo, las aún vigentes mejores marcas mundiales de, por ejemplo, la alemana Marita Koch en 400 metros, o de la potentísima checa (o checo según decían las malas lenguas) Jarmila Kratochvilova en 800, así como la búlgara Yordana Donkova en los 100 vallas. Estas marcas son, respectivamente, de los años 1985, 1983 y 1988, y parecen ya ser del pleistoceno...

Nadie las ha batido y tardarán en serlo (y hay otras más pero para muestra un botón) pero uno se hacía el conocedor del atletismo comunista y casi daba por seguro el dopaje. Luego vinieron las chinas, a las que la sangre de tortuga parecía darles alas, aunque bien es cierto que salpicada aquí y allá con pinceladas de EPO y otros componentes para mejorar la dieta diaria.

Ya nos encontramos casi en un mundo de estrellas Michelin del dopaje, con cócteles fabulosos y que permiten llegar al cielo del deporte. Pero, a pesar de todo, aún nos quedaba la virgen África y aunque mal nos pesara, los kenianos (y luego sus féminas) nos dejaban a los europeos a la altura del betún.

Pensábamos en la altura, en los kilómetros que cada niño keniano debía realizar para ir al colegio y, en definitiva, estábamos en la creencia de que, por lo menos, existía un paraíso impoluto allá debajo del cuerno de África.

Pero, las recientes acusaciones de la prensa, que la Agencia Mundial Antidopaje no ha desmentido y, al contrario, ha pedido mano dura y una investigación rusa y keniana de mayor enjundia, han dejado un poso que ni los comunicados de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) han sosegado.

Bien es cierto que Rusia ha acusado ya de complot a todos los anglosajones de la tierra (tras lo de su Mundial de fútbol de 2018 ya todo es teoría conspiratoria) y se defiende de su limpieza bien conocida? En cuanto a Kenia, que tiene a unos atletas bien remunerados y con agentes y entrenadores de altísimo nivel, ha visto las orejas al lobo y ha prohibido que esas agencias sigan, de momento en su país.

Está bien el paso, pero no es un hecho aislado y mi memoria (así como la ayuda inestimable de este instrumento que, para bien y para mal -dependiendo del uso que se hace y no del mismo- es Internet) recordó que hace unos meses apenas la ganadora de cuatro grandes maratones (dos Boston y dos Chicago), la keniana Rita Jeptoo, estuvo envuelta en un caso de dopaje y este ya inició lo que parece, ahora, ser el comienzo real de una gran saga (como aquella americana de «Balto») sobre ayudas no permitidas en el deporte. Ya no nos queda ni Kenia, así que esperemos que los etíopes no sean los próximos en caer, porque de lo contrario, ¿qué sueños nos quedarán?

Soy un purista del deporte y, a pesar de que hay voces de «todos dopados y así no habría problemas», no creo, por distintos motivos que deberían analizarse con más detenimiento que en este artículo veraniego, que se deba permitir el dopaje.

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