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Pasando la cadena

José Luis Ortín

El buen fútbol

Dice Zidane que el fútbol es sencillo. Se refiere al buen juego, claro, y lo mismo decía Di Stéfano, quien lo simplificaba con su gracia porteña singular, aclarando que era un juego de once contra once con la finalidad de meter el balón en la portería del arquero que menos conocieras.

Los entendidos siempre han asegurado que se trata de sacar el balón jugado desde atrás con buen trato, llevarlo hacia el centro y distribuir a las bandas para que los extremos lleguen hasta las proximidades de la línea de fondo y la vuelvan a centrar hacia el área. Allí, los rematadores deben hacer su trabajo. Tan sencillo como decirlo, pero tan difícil de hacer, porque a todo ello también han dicho siempre que debe correr el balón más que los jugadores.

Y en ese asunto empiezan los problemas. Obviamente, cuanto más rápido se pasen el balón los futbolistas, más veloz se hace el juego. Esto implica dar pocos toques, a ser posible uno, que es lo más difícil, y tener pensado el pase antes de que te llegue el balón. Es decir, que los buenos jugadores tienen la posición de los suyos y de los rivales permanentemente en la cabeza.

Viene todo esto a cuento de las grandezas que se están comentando respecto a la incorporación de Zidane a la dirección del Real Madrid. Su éxito será convencer a sus jugadores de todo lo anterior, y no solo en teoría, que se la saben seguro, sino en su aplicación práctica. Y después de lo anterior, que es la clave del buen juego que decíamos, vendrá lo de todo el fútbol básico.

Otro estudioso del fútbol, al que nombro a menudo por su gran inteligencia y aforismos acertados, el inolvidable doctor Ripoll, tenía un decálogo sobre el fútbol basado en el sentido común y en lo azaroso de su esencia. Entre otras, decía cosas como que había que llegar al balón antes que el contrario, que el coraje no tiene sustitutivo y que la tabla es la que manda. Y aquí es donde don Zinedine tendrá que aplicarse con profusión: velocidad de piernas, aparte de la mental, que es la primera, valor para meter la pierna con nobleza pero sin dudas ni temor, y salir siempre a ganar, que es lo que se le exige a un equipo como el Real.

Simeone, por su parte, ha dotado al Atlético de Madrid de un sello tan personal que asusta pensar en su marcha a otros lares. Un buen amigo, Santiago Timón, un educador de pro que ejerce en la futbolera Alcantarilla -cómo me acuerdo de lo que me decía mi padre de los Sornichero, a alguno de los cuales tuve la fortuna de ver jugar ya mayor, con foto incluida dedicada por su amistad- me dice que hable más de su equipo. Pues bien, los colchoneros tienen su fuerte en la convicción con que aplican las directrices de su técnico, y en ese espejo deberían mirarse todos los entrenadores. Siempre ha sido el Atlético un equipo aguerrido que ha sabido jugar a lo que podía, dando por sentado que salvo en contadísimas ocasiones ha sido el tercero en discordia en España.

Curiosamente nunca fue un equipo dominador, como ahora tampoco lo es, y ha sido de los especialistas en el contraataque. Luis Aragonés es su símbolo más preciado, y también un impulsor decidido en España de aquel cinco, tres, dos uno con dos laterales extremos. Recuerdo verle jugar en el Calderón y en La Condomina, y ya en su tiempo de pelotero era un consumado experto en rapidísimas contras. Llegaba como un cañón al remate desde el centro del campo hasta el borde del área, donde lanzaba siempre a puerta con mucho peligro.

Luis Enrique ha hecho del Barça un equipo menos previsible que el de Guardiola, más directo, pero también es verdad que cuenta con incorporaciones extraordinarias que han equilibrado las pérdidas de antiguos fenómenos blaugranas. Da encanto verles jugar, aunque a veces se les atragante cualquier contrario. Y ahí aparecen los superclase. Cuando leo algunas crónicas recuerdo aquellas antiguas de otros grandes. Kubala, Cesar, el gallego Suárez, Cruyff, Romario. Siempre poblaban los guarismos goleadores. Ellos resolvían los atascos, como ahora hacen Messi, acercándose a ser el mejor de todos los tiempos; Neymar o el Suárez americano.

Como en todo en la vida, los grandes siempre lo hacen fácil y se les entiende todo. Los perroflautas, por contra, enredan cuanto tocan.

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