Querido malagueño:

Ya no tenemos huelga de Limasa, demos gracias a Dios. El paro nos ha servido para darnos cuenta de un par de cositas sencillas. La primera es la tremenda tolerancia a la pestilencia y la insalubridad que tenemos en la ciudad. No cabe duda de que somos animales que se adaptan al medio. No solo convivimos con la basura, sino que encima aumentamos exponencialmente nuestro nivel de asquerosidad amontonando los desperdicios en la calle en lugar de modificar temporalmente nuestras costumbres residuales. El segundo aspecto, querido malagueño, es que ya sabemos por dónde va la cosa. Las huelgas nunca son eternas y las tragaderas municipales son infinitas.

Está claro que Málaga no va a estar limpia por mucha Limasa bien pagada que haya. Es imposible e impensable si los habitantes de esta bendita tierra no tienen la capacidad de pasar un día de Semana Santa sin convertir el Centro en un estercolero. Pero esto no es habitual solo en ocasiones especiales. Un buen malagueño no diferencia entre un Jueves Santo o un martes de mayo. Málaga es la gran papelera del Sur de Europa, la del pavimento multicolor, de los mil chicles y decenas de envoltorios de plástico. Somos unos guarros. En eso no hay quien nos gane. De hecho, en lugar de presentarnos a concursos de esos de comeflores de Green cities deberíamos defender nuestra idiosincrasia de porcachones.

La huelga de limpieza no es la de una sociedad anónima consentida por tres alcaldes. La huelga de limpieza es, querido malagueño, aquella que hemos cronificado con nuestro incívico comportamiento. Hay que ser críticos con todas las partes: Ayuntamiento, Limasa y -sí, la más numerosa- la parte de los ciudadanos. Málaga sólo la podemos mantener limpia todos.