Vivimos inmersos en lo que se lleva. En todo aquello que se estila durante los años que nos toca vivir. Las tendencias inundan cada tramo de nuestra existencia. Algunas, las de tipo político, espiritual o religioso, pudieran hacer mella en nuestros días. Otras, las relativas al aliño indumentario, por ejemplo, que diría Antonio Machado, únicamente cubren las estéticas de época. Las hay incluso culinarias. Como la de aquel tramo de mi infancia en el que, quizá por culpa de algún pediatra imaginativo, todas las madres de España se conjuraron para que los niños comiéramos sesos e hígado. Aunque la cosa, gracias a Dios, dejó de verse en los frigoríficos con el paso de los años. Quiero decir con ello que las inercias vienen y van. O, a veces, sólo vienen. Se presentan para quedarse un tiempo o bien respiran brevemente para, acto seguido, desaparecer para siempre. Y es que al final, la vida te va llevando por el camino de lo socialmente establecido y, en la medida en que uno se distancie o no, se podrá formar parte del grupo de los alienados, de los levemente contestatarios o de los rebeldes. En estos días, por ejemplo, una de las modas que despunta es el running. Lo que toda la vida se ha llamado salir a correr, vaya. Pero claro, como la costumbre se va extendiendo, hay que buscarle su anglicismo. No vaya a ser que se crean por ahí que no sabemos hablar inglés. Qué vergüenza, madre. Y es en ese preciso momento en el que todo se universaliza, cuando el riego del mercantilismo hace brotar el merchandising del ramo. Así, donde antes sólo hacían falta unos pantalones cortos, una camiseta y unas zapatillas, a día de hoy se precisa añadir un cuentakilómetros, una app, por supuesto, para medir estadísticas, un pulsómetro, un atuendo reflectante, una cámara deportiva (porque lo que no compartimos en redes sociales no existe) y un mp3 para poder ambientarnos con The eye of the tiger. Y claro, los que hoy por hoy no hemos echado los hígados en qué menos que una media maratón, somos como los que antaño no hacían la mili por tener los pies planos. Nos falta algo. Todo este universo alcanza su mayor grado de socialización cuando, a fin de conmemorar cualquier encuentro ocioso o acto encomiable, la convocatoria toma forma de carrera popular, solidaria o, simplemente, deportiva. Abran los ojos y las verán ustedes a cientos. Se lleva. Está de moda. Sin ir más lejos, hace tan sólo unos días, y rindiendo homenaje a Pablo Ráez, más de 7.500 corredores colorearon las calles malagueñas en la media maratón Ciudad de Málaga, donde se llevaron el gato al agua un marroquí y una danesa, lo cual está francamente bien. Siempre es bueno que se universalice todo aquello en lo que se pueda participar y que aprendamos de otros que, quizá, puedan llevar a cuestas más años que nosotros en esta moda y aventura del running. Como igualmente es loable que ese espíritu de movimiento, andadura e integración universal se materialice también en actitudes y eslóganes como el de Médicos del Mundo Andalucía, que nos recuerda que la historia de la humanidad es la historia de personas que se mueven. Es así como queda bien cerrado un círculo que nace con la moda, se desarrolla en lo social y toma partido en lo humanitario. A mí, particularmente, me gustaría ser un asiduo en esto del correr. Perdón, del running. Discúlpenme si no manejo bien la jerga, pero es que uno no tiene ni chándal. Para mí es demasiado tarde, pero me da envidia. Lo reconozco. Me gustaría poder enfrentarme físicamente a mí mismo y sentir la adicción endorfínica. O entrar en Decathlon sin perderme y sustituir mis indestructibles Paredes. Pero en fin, para los que aún no hemos entrado en el círculo del corpore sano, queda también la opción de procurar vivir con hábitos moderadamente saludables y plantar cara al futuro infarto desde el sofá de nuestra casa. Quién dijo miedo. Como los valientes. Demostrando así con mayor ímpetu ese valor que solamente se nos presupone. No como los que corren que, a fin de cuentas, siempre parecen huir de algo. Cobardes.