Hoy es Lunes Santo. Miles de personas sueñan durante todo un año con ver pasar por la calle Carril a Jesús Cautivo y la Virgen de la Trinidad. Todos ellos tienen una cita a las ocho de esta tarde. Justo a esa hora, cada uno de esos hombres de trono anónimos que hacen posible el incomparable paso del Señor de Málaga se enfrentará a cerca de diez horas de esfuerzo. Es el mismo obstáculo que en cada prueba o partido deben sortear triatletas o jugadores de rugby.

Igual que ocurre en la competición deportiva, con las pruebas médicas que realizan las distintas entidades a sus plantillas antes de que comience la temporada, las cofradías deberían analizar el estado físico de quienes serán los encargados de soportar durante tantas horas pesos de entre 15 y 25 kilos. Para un trabajo aeróbico tan importante no es apta cualquier persona.

Lo mismo que ante una prueba de fondo en el atletismo, el participante puede poner en riesgo su salud si padece hipertensión o es obesa. Además, con sus pulsaciones casi al doble durante la mayoría de las fases del recorrido procesional, diabéticos y personas con daños en articulaciones o espalda deberían someterse de forma obligatoria a esas pruebas previas.

El hombre de trono incluso debería encarar la cuaresma como el maratoniano su carrera. El aparato locomotor lo agradecerá. No sólo es necesario fortalecer el abdomen y someterse a esfuerzos prolongados, bien con carreras continuas o sesiones de gimnasio, sino que también son recomendables aportes de colágeno con magnesio o silicio orgánico para alcanzar la fecha en cuestión con la maquinaria bien engrasada. Con la salud en juego, toda prevención es poca.

El avituallamiento no es menos importante. Cuántas veces hemos podido observar a estos triatletas bajo palio aprovechar un descanso para adentrarse en el primer bar del recorrido que se encuentran. Los expertos aconsejan sustituir, cual deportista de elite, el bocata por la barrita energética y cualquier líquido por el agua y la bebida isotónica.

Pero hoy es Lunes Santo y muchos de los anónimos protagonistas de la Semana Santa malagueña llevarán ya de casa su particular receta para no desfallecer. Los habrá que se hayan enfundado, a modo de segunda piel y frente a ese sudor frío que impone la madrugada, de camino al encierro, la camiseta del Málaga CF o la del Unicaja. Los habrá que en la Misa del Alba del Sábado de Pasión, minutos antes de que Antonio Cortés entonara a los pies del Cautivo una saeta para la historia, soñaron con una victoria en La Rosaleda que parecía imposible. Y los habrá que el miércoles pasado se encomendasen a las imágenes de su hermandad antes de dirigirse al Martín Carpena, a soñar con un segundo título europeo para un conjunto cajista que presume de tener en el banquillo a un profeta de la pizarra.

Málaga ha acaparado de hecho todos los focos mediáticos del deporte en España en estos últimos días. Pero ahora, con casi toda la Semana Santa por delante, las luces enfocarán hacia otra parte. Debajo de todos estos tronos gigantescos, de toneladas y toneladas de fervor popular, mucho más allá de la muestra religiosa que entrañan, se esconde una manifestación cultural única.

Que le pregunten a ese turista australiano que el Domingo de Ramos, después de haber visto salir a la Pollinica de calle Parras, reponía fuerzas en calle Mármoles. James Howard ha cruzado medio planeta para «vivir en directo un partido de Messi y Neymar» y aprovechar para conocer los desfiles procesionales que descubrió por Antonio Banderas. Así pudo también vivir la salida de la Salud, desde la trinitaria iglesia de San Pablo, y con lágrimas de emoción certificó que aquí «hasta se sacan de rodillas los tronos». Fue entonces cuando terminó de darle sentido al «Málaga no se rinde».