Celia Villalobos marcó ayer la agenda política. En estos tiempos de revolución informativa, periodismo ciudadano, internet, redes sociales, eclosión de medios nuevos y tal y cual, hay cosas que siguen siendo como toda la vida. Es decir, me voy a Televisión Española, me hacen una entrevista y, chimpún, protagonismo absoluto.

Villalobos habló de las pensiones. Del candidato a la alcaldía de Málaga, de Podemos, Rajoy y Albert Rivera. De las aspiraciones de su partido a la alcaldía de Málaga dijo que espera que intereses personales no tuerzan el trabajo de tantos años para variar la dinámica electoral que había en Málaga.

No sabemos muy bien si quiso decir que Bendodo por ambición personal va a lograr que la alcaldía se pierda o si De la Torre por ambición personal no se va a ir a tiempo y va a lograr que la alcaldía de Málaga se pierda.

Con todo, raro, no se la veía cómoda hablando de este asunto. Al alcalde lo elogió como en pasado, elogio con medida, no halagos, no piropos, De la Torre, sí, buen alcalde, compañero, y en ese plan. Un plan como de desganita. Hay gente a la que le fastidian la vida echándola del trabajo y a Villalobos le fastidiaron la vida nombrándola ministra, que es el sueño de no pocos viandantes, terrícolas, subsecretarios o guardabosques. Aún hoy, con la política recuperándose del descrédito, cuando en una urbe o aldea nace un zagal, su padre (más insensato por lo general que su madre) afirma orgulloso, «éste llegará a ministro». Aunque, como bien sabe todo el mundo, el verdadero triunfo es ser jefe de la oposición en una Diputación tranquila, o presidente de Mancomunidad de zona montañosa, toda vez que la jefatura de negociado marítimo en provincia de interior ha de ser también ocupación no frondosa en lo tocante a sus ramificaciones tendentes a complicar la vida o prolongar el horario un viernes más allá de las dos y cuarto, hora en la que uno, si después de cumplir los cuarenta, no puede estar tomando un vermú o negroni es que ha fracasado en la vida.

O sea, queremos decir que Villalobos estaba muy bien de alcaldesa, hasta hizo el Carpena y el Palacio de Ferias y el túnel de la Alcazaba, y ahí querría haber seguido, lo que pasa es que su desparpajo y chulería no le dieron como para decirle que no a Aznar, que la metió en un ministerio de pocas competencias y mucho follón sin un Hermida que la protegiera ya. El Ministerio de Sanidad tiene una sede de ladrillo visto como tendente al sovietismo , la contaminación o la aluminosis. Eso ha de marcar carácter. Y entonces, claro, ahora habla de De la Torre y de Málaga recalcando mucho que cuando ella se va de un sitio se va de verdad y no opina más. Un regla, nueva, a lo que se ve. De la política no se va. Cuando le viene en gana, llama. Un coche la recoge, y a TVE, que son dos días.