El puerto de Málaga construirá una dársena para megayates. Al fin se me acabaron los problemas de aparcamiento. La palabra yate ha simbolizado durante mucho tiempo el lujo y el glamour, la buena vida, la vacación, el destete vital, el verano achampanado, gente guapa, millonarios, papel couché. No es pequeño el sueño de poder surcar los mares con autonomía, navegar de Marbella a Ibiza como el que conduce un coche de Coín a Málaga.

La gente decía: si me toca la lotería me compro un yate. O admirativamente: Juanito se ha comprado un yate. Pero el término (la palabra yate) ha ido usándose tanto que ha habido que llevarla a buen puerto, vararla un poco y repararla añadiéndole algo más de eslora. Y ahora es más larga. Ahora es megayate. Donde va a parar. El tamaño importa. Y eso que un buque de veinte metros puede tener habitáculos de lujo y uno de treinta tan sólo camarotillos para gañanes.

También podría decirse miniyate, pero el que tiene un yate no lo va a empequeñecer, ni tampoco el que sueña con él. Para decir miniyate dices barquito de mierda o barco pequeño o balsa, en plan mira el Antonio, que se cree millonario y para impresionar se ha comprado una porquería que a saber si flota. Miniyate no tiene futuro. Las dársenas sí. Las dársenas son como muy elegantes, vamos a pasear por la dársena que hay que poner algo en Instagram; te espero en la dársena o la luz tenue se desparrama por nuestras ilusiones mientras deambulamos por la dársena. Hay ciudades sin dársenas como ciudades sin literatura ni parque de atracciones. Son ciudades tristes, sin duda. Pero sobre todo son ciudades sin mar, claro.

Una dársena es una parte de un puerto resguardada artificialmente y adecuada para el fondeo y la carga y descarga de embarcaciones, con lo cual a lo mejor hay dársenas en ríos, seguro que las hay, dársenas de agua dulce. Yo soy muy de ir a las dársenas cuando viajo a una ciudad con dársena. Me gusta despertarme en el hotel, dejarme los huevos con bacon porque he llenado mucho el plato y luego salir a ver arte en un bar, beber en un museo, confundirme con sus estatuas y, claro, vislumbrar el horizonte desde la dársena.

La ciudad del paraíso ganará una dársena y yo que me alegro. A lo mejor en ella deberían prohibir fondear a la intransigencia. También a los cenizos. La dársena para el que se la trabaja. El puerto crece. Atraemos otro tipo de turistas. Más posibilidades tenemos de perpetrar metáforas náuticas, si bien todo el mundo debería nacer con un cupo (de metáforas náuticas) y que una vez gastadas (dichas, escritas) no pudiera perpetrar ninguna más, o sea, dices setecientas veces que la cosa va viento en popa y ya no puedes decirla más, tienes que alejarte del tópico, bucear en otros significados, navegar por la imaginación, fondear en otro caladero de palabras. «Capear el temporal» no, que también está muy visto.