Lo mejor del pacto de gobierno al que al fin ha llegado la derecha en Andalucía es que dejaremos de asistir por un tiempo a ese cruce de declaraciones ridículas y disparatadas propuestas al que venimos siendo expuestos desde que se anunciaron las pasadas elecciones. Un descanso merecido, no se puede estar todo el año con tensión electoral. El cerebro necesita también estimular la lógica.

Y lo que importa en el discurso es el tono, casi nunca lo que se dice. Por eso caben barbaridades. En esta época de confusión, más de partidos que de política, el significado de las palabras ha pasado a un segundo plano inaudible en el debate. Lo que ahora importa no es tanto el contenido del mensaje como la energía con la que se emite, su contundencia. Es esa seguridad con la que se pronuncian las palabras la que valida al mensajero a su rendida audiencia y entonces ya no es lo que dice alguien, sino lo que ese alguien diga. La razón le precede una vez conquistado el corazón, aunque sea a través de la rabia, que tan fácil se contagia.

Es la hipnosis de lo paralingüístico: el timbre, lo gestual y lo escénico, se ha adueñado de todos los discursos y más que escuchar lo que dicen en los debates lo que vemos es un espectáculo de catas ideológicas y soflamas mímicas, que invitan a la ensoñación de tenerlo claro.

Estar convencido es el mejor refugio cuando invade la confusión. Por eso cuando se quiere convencer a muchos lo mejor es confundirlos a todos primero. Y en eso estamos. Inmersos en la confusión y ya casi del todo convencidos. Y toda la razón la tiene ese de ahí, o ese otro que le contradice, o ni el uno ni el otro y ni un poco cada uno.