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Galaxia urbanita

Elena

¿Pedro?

-¡Ana! ¿Qué tal?, ¿cómo estás?

-Bien, ¿y tú?

-¡Genial! Hace un mes que me han hecho fijo en la empresa.

-¡Vaya, eso sí que es raro escucharlo hoy en día!

-Bueno, entre tú y yo, no es exactamente fijo, aunque en realidad es muy parecido. Es un horario un poco jodido, de ocho de la noche a ocho de la mañana, y cobro una mierda, pero tengo dos fines de semana libres al mes. Y tal y como están las cosas, es lo que hay, encima no me voy a quejar, ¿no?

-Pues yo creo que si nos quejáramos más€

-¡Ay, Ana, siempre tan idealista! No has cambiado.

-¿Idealista yo? Pero€

-No tienes que excusarte, es bueno que haya gente como tú. Tú ya sabes que yo soy más del bando realista-pesimista. Y eso se refleja en lo que escribo. Porque sigo escribiendo, ¿sabes?

-Me alegro por ti.

-Gracias. A mí eso de hundir tecla me encanta. Desde que era pequeño, he escrito todo lo que se me pasaba por la cabeza. Tengo escritas más de diez novelas, ya sabes.

-Por lo que recuerdo eran quince, no diez. Y eran novelas, vale, pero sin acabar. ¿Has terminado alguna?

-Qué negativa eres, Ana. Te cuento lo que pasa: la literatura y el mundo han cambiado. Ya nadie se interesa por el papel ni por las novelas, eso es cosa del siglo pasado. Ahora la mejor forma de expresarse, hazme caso, es a través de las redes sociales. Ahí se cruzan miles de historias, se interconectan unas con otras y se produce el milagro cotidiano de la inteligencia colectiva. Y el caso es que eso yo lo vi venir, hace muchos años que estoy enganchado.

—Sí, me acuerdo. Siempre con tu blog, el Twitter, el Facebook, Instogram€

-Ja, ja, ja. ¡Es Inssstaaaagram! Ana, Ana, deberías bajar al mundo real y empezar a ser tú misma.

-A mí me parecen una pérdida de tiempo, la verdad.

-Para nada, las redes sociales lo son todo, si no estás en ellas, no existes. ¿Y tú, alguna novedad?

-Pues me apunté a un taller de escritura creativa en la librería Proteo, me autoedité un libro de relatos y€

-Yo no creo mucho en eso de los talleres de escritura€ Se nace o no nace, ¿entiendes? La creatividad no se puede enseñar, y menos esas chorradas de la estructura y los esquemas, que se inventaron para coartar el talento y que todo suene igual. Y la autoedición€ Por favor, yo, si no apuesta por mí un editor como Dios manda, no publico. Ese no es el camino, Ana.

-El caso es que€

-Claro, claro, para echar el ratito y que suba la autoestima está bien. En fin€ Mira, cinco mil doscientos cuarenta followers en Twitter y cuatrocientos noventa y ocho amigos en el Face€ ¡No! Quinientos uno, ja, ja.

-¿Y eso te sirve de mucho? ¿Os vais de fiesta o ligas por ahí o qué?

-Ja, ja. Eres muy tradicional, Ana.

-¿Yo?

-Oye, ¿continúas de teleoperadora, dando la tabarra a los sufridos mortales a horas intempestivas?

-Sí, aunque€

-¡Quinientos tres, estoy triunfando con mi nuevo post! Hazme caso, Ana. Piensa en ti. Se te pasa la vida, no evolucionas.

-Pero€

-Sin peros, no te excuses. A veces me acuerdo de ti€, bueno, de nosotros. Éramos una bonita pareja. Me dolió mucho que acabara lo nuestro.

-¿Lo nuestro?

-Es normal que estés enfadada conmigo, no te culpo, pero alguien tenía que dar el primer paso€ Y tú eres tan estática, tan parada.

-Yo€

-Sí. Tú tienes que cambiar. La vida es otra cosa, Ana.

-Pero ¿tú de qué vas?

—No me interrumpas, por favor. Eres una mujer que vale mucho, solo que no te lo crees. Confía más en ti, busca tu propia voz.

-No sé qué película te has hecho en la cabeza. Nunca estuvimos juntos, solo compartimos piso un mes y nos enrollamos un par de veces. No lo dejamos, me salió pronto un piso mejor y más barato, cogí mis cosas y me fui. Del libro de relatos que hice en el taller he vendido bastantes y ha sonado por ahí. La semana que viene firmo un contrato con una editorial.

-¿Eh?

-Y por cierto, no me llamo Ana, me llamo Elena. Adiós.

-¡Oye, tenemos que seguirnos en Twitter!

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