Un año más conmemoramos el 28 de Abril, el día internacional de la Seguridad y la Salud en el Trabajo.

Desde 1996 año, en el que las organizaciones sindicales señalaron este día para manifestarse, demandando al conjunto de la sociedad frenar las muertes y las enfermedades derivadas del trabajo, pasando por el año 2003 en el que selogró que la Organización Internacional del Trabajo se sumase al evento, aún no se ha logrado subir un solo peldaño para transformar esta efeméride en el día de la Prevención de los Riesgos Laborales.

La prevención es la única herramienta para frenar la siniestralidad. Pero esta herramienta es la primera víctima de la precariedad laboral y las reformas laborales que oficializan y legitiman el retroceso de los avances conseguidos tras años de negociación y lucha, quedando anulados y pasando a la estantería de los recuerdos en desuso.

No hablo de especulaciones, ni de apreciaciones personales, hablo con el conocimiento y la autoridad que los datos de siniestralidad nos confieren.

Retornando a los años en los que se inicia la serie estadísticas de los datos de siniestralidad, vemos en los primeros años, como en 2004 arranca la serie con 31.559 accidentes laborales, creciendo los años 2005, 2006 y 2007, y como en 2008 cae drásticamente hasta los 26.873.

Gracias a la implementación de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales, a los avances sociales y las mejoras que se desprenden de la negociación colectiva, esta tendencia a la baja se acentúa en los años siguientes, llegando el mínimo histórico en 2012 con 12.394 accidentes registrados.

A partir de ese año, con la entrada en vigor de la reforma laboral, y la pérdida o desaparición de la cobertura de los convenios colectivos, que blindaban o reforzaban la ley de prevención, se invierte la tendencia. Iniciamos entonces la escalada de crecimiento en la que hemos alcanzado los 22.491 accidentes con los que cerramos el pasado 2018. Esto nos ha dejado al nivel intermedio entre los años 2008 y 2009, lo que significa que hemos vuelto al punto de partida de las mejoras de la aplicación de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales.

Esto se llama Causa/efecto. Cuando aumentamos las cargas de trabajo, empeoramos las condiciones laborales y precarizamos las relaciones laborales, no solo empobrecemos a la población y limitamos el crecimiento, si no que a la vez incrementamos la siniestralidad laboral de forma directa e indirecta.

Cuando mantenemos sostenidamente en el tiempo, unos índices de siniestralidad elevados y al mismo tiempo soportamos la presión de las Mutuas, del INS y del SAS, las altas indebidas antes de alcanzar la curación,… lo que facilitan o producen es la cronicidad de dolencias menores llegando incluso a provocar incapacidades tempranas, que personas trabajadoras jóvenes para ser jubilados, sean declarados y declaradas «No aptos» para su profesión habitual, y condenados a buscar puestos de trabajo que no existen o que los empleadores prefieren ocupar con personas sin problemas de incapacidades para evitar posibles complicaciones de salud producidas por la propia incapacidad o posteriores complicaciones.

Desde un punto de vista meramente egoísta, hay que denunciar que quien piense ahorrar costos de producción, no gastando o no invirtiendo en prevención, no solo se equivoca de plano, si no que a su vez está infringiendo un coste adicional, extraordinario y elevadísimo al conjunto de la sociedad, haciendo recaer sobre la Seguridad Social, los gastos de las consecuencias de su falta de implicación en Prevención. Todo ello, sin entrar a valorar los daños en la salud y la vida de las trabajadoras y trabajadores que sufren este tipo de empresarios.

Es imprescindible más actividad por parte de la Inspección de Trabajo y Seguridad Social y mayor capacidad sancionadora por vía del recargo de prestaciones en esos casos, así como mayor cumplimiento en caso de sanción, que no sea fácil eludir el pago de las sanciones impuestas.

Cuando hablamos de Prevención y de siniestralidad, automáticamente pensamos en cascos, arneses, guantes etc., todos ellos imprescindibles para una buena prevención, pero olvidamos los riesgos psicosociales. Estos riesgos se están convirtiendo en la pandemia del siglo XXI. Son los riesgos derivados de cargas de trabajo elevadas, de la falta de formación de la cadena de mando, de las condiciones laborales precarias, las largas jornadas o las jornadas desreguladas, la falta de conciliación de la vida laboral, familiar y social, el estrés que genera no llegar a fin de mes a pesar de tener un trabajo, …

Esos riesgos generan accidentes laborales, como consecuencia de la falta de atención, descoordinación y agotamiento, además de enfermedades más difíciles de detectar y por tanto de tratar y curar.

La mejor inversión que se puede hacer, es la Prevención de Riesgos Laborales, que además de reducir enfermedades profesionales y fallecimientos, mejora la productividad, reduce el absentismo laboral y crea un óptimo clima laboral.

*Cubillo es secretario General de CCOO Málaga