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Entre el sol y la sal

Javier Muriel

Condón sanitario

El eventual pacto entre Pedro Sánchez y Albert Rivera se ve más oscuro que el último episodio de Juego de Tronos. Tan oscuro como necesario para entender que, fuerzas supuestamente constitucionalistas, no abandonen el futuro del país en manos de quien ansía fragmentarlo.

Con respecto a la cacareada negativa de Rivera, nada que temer, nada nuevo bajo el sol. Ya dijo Charles Louis de Secondat, más conocido como barón de Montesquieu, que la política es el arte de besar manos que se desean ver cortadas. O lo que el refranero español glosa con delicadeza sin igual como: putas y tuertos, todos revueltos. Así que todo es posible, y como tal deberemos entender que Rivera falte a su promesa aunque disfrace la traición de apoyo puntual, de garante de la unidad, de adalid de la estabilidad. Nos venderán que el bien común y el interés general mandan sobre las creencias de cada uno. Le pondrán un lazo rojo, lo envolverán en llamativo celofán, y nos lo tragaremos como todo.

Ya lo vienen advirtiendo, prisa se han dado, los poderes financieros españoles. Desde la CEOE hasta Patricia Botín. Que el PSOE, aplastante ganador de las últimas elecciones, pacte con separatistas y/o populistas, supondrá paralizar el país y dejarlo huérfano de inversión extranjera, sumido en la inseguridad económica. El poder financiero es muy suyo, y eso de tener que lidiar con alguien como Pablo Iglesias, que arremete contra él cada vez que puede, le da repelús, un poco de ascazo gordo. Y como éste poder manda e influye más de lo imaginable, pues susurra al oído de ambos contendientes para arrimar el ascua a su sardina.

Adolfo Suárez, hijo, lo contó hace unas tres semanas. El grupo Libertas le puso en su día siete millones de euros sobre la mesa para fundar y liderar un partido liberal de centro derecha que desbancase al PP y cumpliera a pies juntillas los designios de quien costea la fiesta. El que paga, manda. Pero Suárez Illana no vio claro el negocio y rehusó la oferta. Al poco tiempo, Albert Rivera, segundo o tercer plato (a saber), aceptó el encargo, se dejó querer. Salió en pelotas en el primer cartel electoral y ahora se autoproclama jefe de la oposición. Toda una evolución para alguien que acepta en su grupo a todo fracasado con pasaporte moral expedido en otras formaciones, alguien que ha convertido la bisagra y el espectáculo hueco en su santo y seña. Ciudadanos, el partido de los arrimados, que dijo un sabio contemporáneo.

Mientras tanto, Sánchez el vencedor saborea la victoria. La mastica, la saborea, la paladea. Sin prisa. No le hace falta. Le vienen tiempos de vino y rosas, de colchón y Falcon, y ahora es él quien elije pareja de baile. Tiene la sartén por el mango. Y lo sabe.

El PP, por su parte, sigue a lo suyo. Haciendo como que no ha pasado nada, que un mal día lo tiene cualquiera, que una noche es una noche y una paliza, un rato. La ausencia de autocrítica empieza a ser tan alarmante como el incremento exponencial de infecciones por gonorrea denunciado por el sector médico español. Un 25% más. La causa principal, en palabras de los investigadores, es clara: el aumento descontrolado de las prácticas sexuales de riesgo.

Así que estas tenemos. Llegan tiempos de pactos, de aliarse con enemigos íntimos, de besar manos que se desean ver cortadas. Pero la cosa pinta mal, muy mal. Yo, por si acaso, recomiendo a los políticos que tomen medidas de protección. Que empiecen por usar guantes, porque a más de uno le pedirán algo más que un beso, y algunos ya han dado pruebas de ser muy promiscuos, de juntarse con cualquiera. Que estas cosas del malquerer se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan. Un beso en la mano, un susurro en la oreja, y, para cuando quieres darte cuenta, estás pactando unos presupuestos.

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