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Málaga de un vistazo

Málaga 2012

Siete años sin Olga y siete años recordándola. Ella, poco cofrade, me ha traído este año un recuerdo muy especial un día muy cofrade. El Viernes de Dolores, en su colegio, el colegio de su familia y el colegio en el que tengo la suerte de estar trabajando, en Gamarra, Olga estuvo viendo la salida de la Madre del Buen Camino... Tan sencillo como eso. No estamos locos ni me imagino cosas. Pero ese 12 de abril el recuerdo de Olga fue tan fuerte, tan intenso, que pudimos compartir con ella un momento especial.

Olga, aquella que se quedó con el lugar común de «la de la eterna sonrisa», era siempre pura alegría. En una entrevista que le hizo María Santana -que no sé quién es ni cuándo le hizo la entrevista, pero me encantó encontrarla- Olga dejó claro que lo que mejor se le daba era «hacer el idiota». También reírse de la gente, pero su reírse de la gente no era ofensivo, no era esa crítica maleducada, no, no, ni mucho menos. Era puro sarcasmo, pura acidez y, sobre todo, maravillosa inteligencia, a veces a niveles difíciles de seguir para una mente lenta como la mía. En esa misma entrevista, Olga afirmaba que despreciaba «la cobardía, la falta de honestidad, la soberbia injustificada» pero sobre todo terminaba con el desprecio a «la gente que es incapaz de reírse de sí misma». El cierre de la entrevista me llevó a completar un círculo. María Santana le preguntaba a Olga por un libro que recomendaría: La posibilidad de una isla, de Houellebecq. El mismo que me recomendó hace siete años, el mismo título que escribió a mano en aquella Moleskine roja en la que le pedí que me escribiera el nombre de ese escritor tarado. Esa misma que sigo guardando, como el recuerdo de Olga.

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