La tarde en rojo, el cielo sin pájaros, el mar bocarriba con su aliento azul entrecortado. Implacable la violencia sembrando los colores como flores de fuego. Arde la ciudad desde los campanarios a sus puentes, con la vida en carne viva de cenizas a lo largo de la bahía. Escapa el humo como el grito de un fantasma al que ha despertado la guerra. Sucedió en la mirada de una mujer extranjera la tarde de un 19 de julio, el dolor del paisaje en sus ojos y un año después entre la caligrafía del llanto y del miedo. Gamel Woolsey no volvería a soñar con los ojos limpios en lo alto de una azotea. La inocencia la perdió ese atardecer en Churriana junto a su marido Gerald Brenan, conscientes ambos de su necesaria huida, ignorando que a Málaga los dos bandos dos veces volverían a matarla. El otro reino de la muerte, un verso de T.S. Eliot, fue su recuerdo impreso en 1939 y posteriormente libro reeditado con el título Málaga en llamas. El mismo que ha tenido esta pasada semana un fantástico curso de la UNIA sobre espías escritores, ángeles de la guarda con cuerpo consular, refugiados clandestinos, estrambóticos extranjeros heroicos, palacios de la supervivencia quemados y la barbarie de los dos bandos en tres tiempos: el de la violencia anarquista contra la burguesía, el de la entrada a carnicería del ejército italiano y el de la brutal represión franquista, en la ciudad, los pueblos y en la carretera de Almería.

Muchos ingredientes propios de un argumento cinematográfico con pedigrí literario dirigido por Alfredo Taján en la Fundación Casa Gerald Brenan. El hermoso enclave que lleva muchos años sobreviviendo entre la desmemoria habitual de este país, el desinterés de la gente por hacer de la cultura un encuentro cotidiano con el conocimiento y el disfrute, y la tendencia política a apostar por ella pero sin demasiado empuje. Sólo así se entiende que en la inauguración de las conferencias acerca del acontecimiento que destruyó la ciudad hace 83 años, a cargo del magisterio periodístico de Diego Carcedo, no estuviese autoridad competente alguna y del pueblo tan sólo tres personas y la memoria viva de Cristóbal Sálazar, que tanto exigió por la memoria de Brenan y ahora por la apertura de los jardines de El Retiro, el pequeño Versalles malagueño, cerrados en privado abandono.

De la historia sólo el presente les interesa a los políticos. Y sin embargo cada día es más necesaria desmenuzarla sin cartas marcadas, y sí con espíritu de espeleología para debatir acerca de sus abismos interiores, de sus identidades en fuga, de los espejos rotos en los que durante décadas se han mirado borrosos los vencedores y los vencidos. A la historia hay que asomarse con el coraje de saber y averiguar lo que duele y el convencimiento de cicatrizar las heridas para que deje de pudrirse la memoria. En ese propósito importa mucho el talante científico, el trabajo de investigación de campo y la capacidad de narrar la Historia como un conjunto de historias humanas que siendo pequeñas fueron grandes y más grande hacen ese pasado del que venimos. Buen ejemplo han sido las conferencias de este congreso lleno de personajes de Orson Wells, de Graham Greene, Alfred Döblin o Robert Musil. Tipos bilingües de carácter, con pistola en el esmoquin, mecheros de plata, lenguaje a juego con el fondo de los ojos, secretos de intimidades y capaces de entrar, salir y escapar a través de los espejos con la única huella de su brindis en una copa de champagne. Miembros del círculo del matrimonio Brenan-Woolsey y cada cual a su manera activos en aquellos años donde la vida y la muerte dependían de un Ricks americano o del coraje de estos hombres sobre los que los participantes al curso hablaron con brillantez didáctica, amenidad literaria, rigor periodístico y el viejo estilo de sentirse por unos días cónsules honorarios de la memoria.

El primero fue el director de la Fundación que, junto con Carlos Pranger, no cesa en poner en alza la figura y obra menos conocida del británico maltés del 'El Laberinto Español', introduciendo el paisaje novelesco de delaciones, cambios de identidad, vidas al límite y los epígrafes de cada conferencia a modo de capítulos. Reivindicó con justicia la importancia y contundencia de las dos mujeres, Gamel Woolsey y Mercedes Formica, con su libro 'Monte Sancha', que mejor y primero narraron la guerra civil española. Su prólogo introdujo el largo bagaje de maestro del periodismo Diego Carcedo con sus conversaciones de café con Porfirio Smerdou, cónsul de México en Málaga y que con otros dos diplomáticos, el poeta chileno Neruda y Ángel Sanz Briz, en Budapest, salvaron de la muerte a judíos, empresarios y republicanos, blancos todos en su perfil de las garras del odio. Recordó Carcedo al hombre nonagenario impecablemente vestido para desempolvar con humildad su condición de Schindler refugiando en su casa de Villa Maya a más de quinientas personas, desde la primera, arañada y fugitiva del monte Gibralfaro, que llamó a su puerta pidiéndole el favor de un vaso de agua contra la incertidumbre y el miedo. El padre de la que fue ministra socialista Rosa Conde, también niña, los dos en aquel zulo donde escuchaban en la radio las soflamas nocturnas de Queipo del Llano amenazando con abrir en canal a Málaga. La ciudad que tuvo en su barrio de La Caleta los rumores del mismo nombre que compuso Albéniz y de la que Mariano Vergara versó su anglófila burguesía ilustrada, el esplendor de sus palacetes calcinados y la carta internacional del Hotel La Caleta, con toque de barman para los pioneros dry martinis, la fama de La casa del Monte donde reinó siempre hermosa de glacé rubio Grace Kelly o del Hotel Príncipe de Asturias reconstruido después de todos los fuegos rojos de la guerra como el Miramar que ahora conocemos de lujo blanco.

A pesar de las sillas de anea dura y para espaldas de varas, la calidad de los ponentes y el aura de aventura de sus personajes, armados en sí mismos y en el relato de las lecturas escénicas y de atmósfera, hicieron más fácil olvidarse de los huesos y disfrutar de los relatos protagonizados por las ricas siluetas de sombras y humo, de aristas y romanticismo. Una de ellas fue Arthur Koestler a quién Jorge Freire dibujó al carboncillo y con sutilidad filosófica como un militante de ideas siempre en el alambre, de un extremo a otro su pasión Casanova con las causas, su habilidad en la mentira, su audacia en ridiculizar al general Queipo con una entrevista, y su verbo crudo en la anatomía escrita del olor a carne quemada en las calles malagueñas y la vida suspendida en el aire como polvo de tiza. No se dejó en el tintero su diletancia en su gesto de despedirse de su propio relato por un ángulo muerto con una copa de veneno en cristal tallado. Más poliédrico fue el periodista y soldado de las Brigadas Internacionales Humphrey Slater, elegido por Cristóbal Villalobos para enfrentar con solvente criterio su visión de la Málaga roja y los primeros compases de la guerra, trazados en Los herejes, y la mirada fascista del conde Ciano, el hombre de Musollini que visitó la ciudad en 1939. Y entre todas estas criaturas de Hemingway y del Casablanca de Michael Curtiz no podía faltar el dandi rojo, sir Peter Chalmers, trajeado de impoluto blanco, pajarita azul y canotier acerca del que contaron sus peripecias Andrés Arenas y Enrique Girón. Vidas cruzadas como las de los espías sobre los que Juan José Téllez descubrió sus agendas secretas y la amistad con Brenan y Woosley. La pareja, junto con Anthony Blunt, Guy Burgess o Jay Allen, también moviéndose en el litoral Málaga- Tánger- Gibraltar con informaciones de ida y vuelta, organizaciones fascistas encabezadas por Humberto Rivas y Luis Bertuchi, y la pregunta de si Brenan trabajó para el Servicio Secreto Británico.

Un misterio de guinda para un congreso de película que continúa iluminando su figura, los vínculos que atrajo a Málaga y los sucesos de la que formó parte. Un personaje de esa huella sin reconocer del todo de la Cónsula de Hemingway, de la Málaga de la Generación del 27 y de la cultura de lo literario. La que los políticos valoran igual que cromos, y sobre la que esta semana Taján y sus ponentes nos han contado una estupenda novela de verano.