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Entre el sol y la sal

Tito: héroe sin capa

Cualquier grupo que se precie debe contar con simbología y parafernalia que asegure un sentimiento de permanencia tan interiorizado que cualquiera de sus miembros sea capaz de entregarse por la épica, la mística, la leyenda y el espíritu de sacrificio. Lemas, mitos, distintivos, himnos y normas son convenientemente administradas por el vértice de la pirámide para nutrir y guiar la personalidad de los individuos que tiene bajo su mando. Es cuestión de imponer férrea disciplina y obediencia ciega para acallar la parte y poner en valor el todo. Esa, y no otra, es la base del ejército, de una congregación religiosa, de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o de una orquesta filarmónica, y se inocula durante años en cuarteles, conventos, academias o conservatorios.

Si los miras de lejos, guardando cierta distancia, constituyen una uniformidad que se ampara en lo homogéneo para cumplir con éxito una misión al precio que sea, pero, si los escrutas al microscopio, uno a uno, reconoces personas con sus filias y sus fobias, sus circunstancias, sus familias, sus pasiones y sus deseos. La personalidad subyace inmaculada y se muestra en su esplendor, exquisita y rebelde, admirable. Y conseguir el equilibrio perfecto entre ese uno y la pieza del todo es lo que hace que un policía encuentre la felicidad y el sentido en lo que antaño juró: Servicio, dignidad, entrega, lealtad.

Luego llega la vida real y un mal día, un día cualquiera, un frío 10 de septiembre de 2018, te encuentras encerrado con dos compañeros en la habitación 21 de un hotel de Estepona repeliendo los disparos de un homicida enloquecido que, a traición, empuña dos pistolas y te encañona. No atiende a razones. Desea morir matando. Ahí no valen consejos, ni lemas, ni leyendas, ni bandas sonoras de Tarantino. Las balas te acarician la cabeza al atravesar unas paredes de pladur que no aseguran tu parapeto. En esos minutos sólo hay polvo, humo, adrenalina, ruido, oscuridad, gritos, instinto de supervivencia y el paraguas normativo de la legítima defensa ante el ataque de un demonio enajenado por el efecto de las drogas. El asesino vacía los cargadores mientras sus piernas acumulan hasta 38 orificios de bala durante la emboscada con los agentes. Segundos después llega el último, el 39. Un certero taponazo del subinspector Tito Garzón le impacta en la ingle, estalla la femoral y el imitador de Tony Montana cae al suelo como un muñeco de trapo, pero sigue apretando el gatillo hasta desangrarse mortalmente. 56 vainas recogieron los de Científica.

Los tres agentes han salvado la vida de milagro. Tito cuenta con lesión objetivada por el forense, pero pueden y deben contarlo. El pasado 2 de octubre se celebró el Día de los Ángeles Custodios, jornada de celebración en la que todos los policías nacionales se felicitan por seguir vivos, por el deber cumplido, y por ser una de las instituciones mejor valoradas por los españoles. Ese día se concedieron por todo el país distinciones que reconocen la labor excepcional de unos pocos elegidos que cumplen requisitos como ser heridos en acto de servicio; realizar hechos abnegados de manifiesto valor, o conductas que merezcan especial recompensa por hechos distinguidos y extraordinarios con patente peligro personal. Por tanto, su concesión a estos tres valientes, a la vista de lo narrado, era de manual. De justicia.

Llegó el día y dos de ellos fueron condecorados. El subinspector Garzón, responsable del Grupo de Homicidios (UDEV II) de Marbella, quedó incompresiblemente apartado y con la agridulce sensación de ver que sus dos hermanos de armas, con los que volvió a nacer aquel septiembre, sí encontraron recompensa. Que tu segunda madre sea un quiebro a la muerte une para siempre.

La historia de Tito Garzón se hizo viral, por injusta y por despertar la gratitud de cientos de compañeros que le mostraron su apoyo incondicional. Una corriente de admiración, respeto y simpatía recorrió el país y amortiguó la afrenta. Ahora queda preguntarse qué cabe esperar de una cúpula del Ministerio del Interior que se avergüenza y pide disculpas porque un general de la Guardia Civil de Cataluña invoca la unidad de España para preservar los derechos y libertades de todos los españoles. Qué cabe esperar de una cúpula que no valora las acciones heroicas de un policía que se jugó literalmente la vida en cumplimiento del deber.

Tito es un policía que lleva a gala los valores de la academia de Ávila, de los que saben que el color azul es sagrado más allá de ser decorado de rojo o blanco, que respeta las normas del Cuerpo y actúa siempre bajo el imperio de la Ley. Es uno de los muchos policías que alcanzaron el equilibrio perfecto entre ser pieza del puzle y crecer como persona. Es, en definitiva, el policía que quieres al lado si tu vida corre peligro. Para sus compañeros, Tito siempre será uno más. Aunque para Marlaska sea uno menos.

Tito volvió a casa la noche de aquel 10 de septiembre. Abrazó a sus hijos pensando que algunas medallas sólo sirven para que el ataúd pese más. Ese instante, cuando aún se resentía de la bala que le hirió al rozarle la columna, supuso más que cualquier distinción. Tito siempre será de esos policías que, a pesar de la ingratitud de su empresa, volverían a hacerlo. Él lo sabe. Y ahora, ustedes, también.

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