Nos cuesta ser libres, nos cuesta sentirnos sin obligaciones, nos cuesta acceder a la soledad y nos sentimos indefensos sin aprobación. El pensamiento de «tengo que», nos aprieta generando control y en ocasiones, hasta las vacaciones largas nos agobian.

La sociedad nos educa desde pequeños a estar totalmente ocupados y sobreestimulados, evitando el tiempo libre o el aburrimiento. Las familias trabajan más y los niños acceden a más clases extraescolares, perdiendo otras capacidades como la creatividad o simplemente la madurez y el desarrollo natural del propio niño, a través de la experimentación espontánea y no guiada.

Parece que nos hace falta sentir preocupación para sentirnos vivos, huyendo de las sensaciones de soledad, aburrimiento y tiempo. Recuerdo un artículo que leí hace mucho tiempo que se llamaba «preocupados, listos, ya» y trataba las preocupaciones como no solo algo normal, sino necesario, en esta nueva sociedad donde el estrés, el dinero y en general, lo material, ganan muchas batallas.

Sentir que necesitamos una razón de peso para tomar decisiones, cuando nos llega el agua al cuello o cuando entramos en crisis, ya que por naturaleza propia, mejora personal o simplemente experimentar cosas nuevas nos es imposible decidir. Necesitamos sentirnos mal mucho tiempo o reconocer errores muy graves para cambiar. No nos vale con probar para saber si ganamos algo a favor. De ahí: «más vale malo conocido que bueno por conocer».

Preparar a los niños desde pequeños a ser felices y saborear el éxito se está convirtiendo en una total amenaza para el futuro, generando adolescentes descontrolados emocionalmente cuando las cosas solo se tuercen, ya que si se complican entran en crisis total, impacientes y con necesidades. Siempre necesitan algo, no les basta nada, ni si quiera ellos mismos.

Dicha amenaza está muy relacionada con el poder adquisitivo, pretendiendo formar en multitud de conceptos, ya sean deportivos, teatrales o musicales, con total comodidad y si son grupos reducidos donde poder personalizar, mejor. Esto cuesta dinero y por desgracia, muchos padres realizan verdaderos esfuerzos en dicha propuesta equívoca. Los niños sabrán un poco de todo, nada de mucho y lo peor, serán inseguros.

Dicha inseguridad al haberlo tenido todo en la vida y de una manera muy cómoda no les favorecerá a ser constantes ante la monotonía, sobreponerse ante las dificultades o a ser capaces de sacrificarse ya sea por ellos mismos o por los demás, ya que el egoísmo/egocentrismo también suele ser un problema grave en estos casos.

Dicha hipersensibilidad los hace ser demasiados egocéntricos, dependientes e insensibles hacia los demás. La inteligencia emocional no solo se enseña a nivel conceptual, debe ser enseñada a través de la experiencia, por tanto, debemos contar con situaciones incómodas, aburridas, desesperantes e incluso neutras.

Ninguna clase puede enseñar el contacto, el amor, el entendimiento emocional o el cariño como la familia. A través del ejemplo, la comunicación y el contacto es como mejor podemos enseñar, pero claro, requerimos de interés, compromiso y tiempo, virtudes que escasean en los nuevos tiempos donde el dinero y el individualismo conforman conceptos relacionados con la calidad de vida.

La libertad como ausencia de miedo y como capacidad para pensar y actuar de manera voluntaria requiere auto conocimiento, auto control, auto confianza y experiencia. El valiente no es el que no sufre el miedo, sino el que lo supera, y la persona segura es aquella que sabe que es capaz de superar cualquier dificultad porque está capacitada para luchar a través de experiencias pasadas con sabor a fracaso y éxito.

Libertad para experimentar, para acompañar, para fracasar y para decidir a tiempo ser feliz cada uno a su modo.