He intentado dejarme barba varias veces a lo largo de mi vida. Pero siempre la elimino antes que de haya cogido cuerpo porque me hace sentir incómodo, sucio. Me avejenta. Tal vez si lograra aguantarla una semana más, me digo, adquiriría un tono respetable. La cuestión es alcanzar esa frontera y traspasarla. No es fácil llegar a la frontera, a ninguna frontera, ni imaginaria ni real. En las imaginarias hay con frecuencia más peligros que en las reales: pregúntenselo a un loco. En mi barba hay un progreso hacia la locura. Rectifico: no es que me vea viejo o sucio, es que me veo loco. Acabo de afeitarme hace un momento y es como si me hubiera reseteado. Estoy como nuevo, como se queda el ordenador tras reiniciarlo. Me reinicio afeitándome. ¡Qué raro!

Estos días de confinamiento obligatorio serían excelentes para experimentar. De hecho, me he dejado crecer la barba dos veces y dos veces la he eliminado, siempre antes de que cobrara forma. Se lo cuento por Skype a mi psicoanalista, que está empeñada en que nos comuniquemos por Zoom, la aplicación de moda.

-Tiene usted una resistencia increíble al cambio -dice-. No se puede dejar barba por la misma razón que es incapaz de cambiar de aplicación.

-Me va bien con Skype -le digo.

-También le va bien sin barba -dice ella-, pero echa de menos no tenerla.

- ¿Y?

-Pues que lo quiere todo. Quiere tener barba y no tenerla, lo que le conduce a una insatisfacción permanente.

Lleva razón. De hecho, muchas veces me sueño con barba. No había caído en esto. Hoy mismo soñé que estaba fregando el culo de una sartén muy sucia. A medida que pasaba el estropajo de aluminio, iba apareciendo el acero, que se transformaba en un espejo en el que aparecía mi rostro con una barba canosa muy bien recortada. Una barba senatorial.

Le cuento el sueño a la terapeuta y asiente.

-En los sueños -dice- se realizan con frecuencia los deseos de la vigilia.

¿Y en la vigilia?, me pregunto. ¿Para qué rayos sirve la vigilia?