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Perdidos y encontrados

Hitchcock viral

'Los Pájaros' son coronavirus revoloteando en el aire. Alimañas que se posan en los niños cuando salen de la escuela

Alfredo era un crack. Gordo (sin defecto alguno le declararon no apto para alistarse en la 1ª Guerra Mundial) y brillante, molesto e inteligente, una «ovejita sin mancha» según decía Truffaut que decía de él su padre; dado a la procrastinación hasta que con 16 años se leyó todo Poe y empezó a enfocar su vocación, que tropezaba desde la ingeniería hasta la mecánica; un niño bueno convertido en un director implacable, en un trabajador obsesivamente incansable para no cansar a nadie y mantenerle en suspenso ante una pantalla. Y eso cuando aún la pantalla no era ya casi la vida real más que la propia vida, como ahora, en tiempos de pandemia viral. Ayer hizo cuarenta años que se murió. Hitchcock.

'Los Pájaros' son coronavirus revoloteando en el aire. Alimañas que se posan en los niños cuando salen de la escuela, tras haber estado mirando por las ventanas cómo cada vez más bichos alados y oscuros que nadie parecía ver se posaban en aquellos hierros del patio. Y transportándose en sus hombros, tras un breve picoteo que no resultará nada grave para los críos, aprovechan la carrera aterrorizada de los escolares portadores y se lanzan desde ellos hacia el pobre hombre que reposta en la gasolinera produciendo finalmente la explosión y el descomunal incendio cuando la llama alcanza el reguero de combustible derramado como una epidemia por la manguera que cimbrea como una bicha en el suelo sin mano que la sostenga y la devuelva al surtidor. Y transportándose sobre los hombros de otro niño, se lanzan hacia la señora de la tienda, ya algo enajenada antes de que le ataquen mortalmente unos inofensivos pájaros. Y hacia la pobre, aunque algo odiosa, madre del protagonista de la que, creo recordar en blanco y negro, los gorriones no dejaron ni los ojos en la película. Al fin y al cabo, la mujer ya estaba muerta cuando sonaban en el cine los primeros sonidos electrónicos de Bernard Herrmann, el compositor de las bandas sonoras de 'Vértigo', 'El hombre que sabía demasiado' o 'Psicosis'.

Otra de las cosas impactantes del genio del suspense era su sorprendente mujer. Dicen sobre la morena guionista, editora, actriz y muchas más cosas, Alma Reville -su adorado marido, pese a ella, anduvo arrobado por todas sus protagonistas rubias, lo que no mermó sus casi sesenta años de feliz matrimonio-, que incluso fue la talentosa culpable de indicarle a Herrmann que pusiera sus acordes al asesinato en la bañera de esa pobre mujer que empieza la película sola, cansada, conduciendo de noche, bajo la lluvia, hasta tomar la última pero aparente mejor decisión de su vida, parar para no seguir arriesgando su vida en el coche, detenerse en ese hotel donde la esperaba un jovencito tímido y algo enclenque llamado Norman, un personaje con imposible complejo de Edipo al que ya no le cabe ni una psicosis más.

Ahora que todos somos extraños en un tren; ahora que, a velocidad de vértigo, nos lleva ese tren huyendo del Covid-19, todavía sin vacuna ni apenas otra protección que una rebeca, los más vulnerables con la muerte en los talones, imaginar a Hitchcock haciendo la radiografía de los discursos de la desescalada jugando con los primeros planos, cambiándoles el ángulo de la cara cuando sueltan alguna de esas directrices que no dirigen, alguna de esas cifras que apenas cifran (excepto el 0, el 1, el 2 y el 3 con que se ha denominado cada fase escalonada del desconfinamiento con posible freno y marcha atrás) y pasando con su oronda silueta como un enviado especial por detrás del presidente Sánchez, mientras andamos encadenados a su robótico discurso, hasta desaparecer por un lateral ante la mirada estupefacta de Fernando Simón, haciendo que flote, pesada en el ambiente, la sombra de una duda... Y abril se ha ido a la mierda.

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