"Recuerda que de la conducta de cada uno depende el destino de todos". El gran Alejandro Magno comprendió, desde muy joven, la necesidad de la colaboración para alcanzar grandes logros. Por eso, cuidar y educar el carácter son algunas de las principales tareas en las que debe ocuparse el ser humano. No solo por las imposiciones sociales que nos obligan sino también por la necesidad de no incurrir en la intolerancia y la ofensa al otro. Comprender a nuestros semejantes desde la libertad de criterios y desde la diligencia y empatía para con sus opiniones, nos convertirá en hombres y mujeres más dignos, generosos y moderados. Esto no quiere decir que debamos acatar siempre con buen ánimo e indulgencia cualquier acción, pues también hemos de actuar con firmeza serena ante los ataques a nuestra libertad, dominando la ira y actuando con mesura. Las circunstancias complejas por las que actualmente transitamos indecisos no son propicias para desarrollar estos postulados, pero no debemos olvidar que uno de los principales rasgos que distinguen a la especie humana es la de estar formada por un conjunto de seres colaborativos. Es cierto que esta característica, a pesar de sonar altruista, no se ha dado en igual medida a lo largo de la historia y esto ha traído consecuencias enormemente desgraciadas para la humanidad. Por ello, nos encontramos con un sinfín de contradicciones, pues el hombre es en sí mismo contradictorio, como lo es todo lo creado por él. De este modo, resulta enormemente interesante como el doctor Yuval Noah pone de manifiesto una de las dificultades más acuciantes con las que la sociedad moderna se encuentra, y que, en mi opinión, es una de las más relevantes de nuestro siglo: la practica imposibilidad de conjugar los conceptos de libertad e igualdad. Tanto si consideramos que la libertad procede de nuestro yo interior y solo podemos hallarla en nosotros mismos como si pensamos que esta reside en el conjunto de la colectividad, hemos de buscar principios sólidos que nos acerquen. Para ello debemos consolidar cualidades positivas en nosotros mismos que sirvan de ejemplo a otros. Así, valores como la bondad, la inteligencia y sabiduría, el coraje, la voluntad, la sencillez o la fortaleza de espíritu, contribuirán a convertirnos en seres más tolerantes y, en consecuencia, mucho más libres. De este modo no seremos esclavos de ningún hombre y obraremos de modo magnánimo, tratando de buscar con honestidad el bien común. Desde mi punto de vista es el interior de cada uno de nosotros donde se encuentran las respuestas. No todos disponemos de las mismas cualidades, igual capacitación, formación e inteligencia. Pero hemos nacido para favorecernos y para vivir de acuerdo a la naturaleza. Esta no es falaz, no miente ni es engañosa, no es desleal ni malvada, sino que da a cada uno según sus necesidades con benevolencia y sabiduría. Es una evidencia que las personas sin educación actúen atendiendo a su naturaleza ineducada y quizá por ello puedan sentirse insatisfechas y resentidas. Las sociedades construyen leyes basadas en la moralidad y no es la ciencia quien puede darnos respuesta a estas cuestiones. Por ello debemos recuperar el sentido de nuestras vidas, colocar por encima del poder y del control del otro, elementos que puedan devolvernos la fortaleza interior que nos permita hacer frente a las grandes dificultades y problemas de nuestra existencia. Nuestra debilidad estriba en que hemos dejado de lado algunas de las más grandes premisas que debe contemplar el ser humano para constituirse en un elemento de la naturaleza, armónico y empático. El respeto a los ancianos, el honrar a nuestra familia y a nuestros progenitores, el emplear con responsabilidad los recursos del mundo y el poner nuestro conocimiento en aras del bien común y no del enfrentamiento continuo y deshumanizado, servirán para favorecer la compasión y la tolerancia hacia el otro. Hemos de emplear la conciencia de modo inteligente, obviar el envoltorio y saber prescindir de lo irrelevante. Para ello debemos tener memoria, evitando siempre la maldad que solo nos evidencia y ridiculiza. El discurso de la intolerancia solo ayuda a fomentar la ignorancia y evita la reconciliación. El ser humano siempre está a tiempo. Examinémonos con justicia y vivamos de acuerdo a la tolerancia, la virtud y la sabiduría de quien acepta al otro como semejante y no como enemigo. Solo de este modo lograremos comprender el sentido de la vida.