Síguenos en redes sociales:

El amor actual

¿Acaso vivir el amor a diario debe de impedirnos que se le pueda dedicar cierto día celebrativo para conmemorar su festejo de manera más expresiva y puntual?

Ni que decir tiene que el amor conforma el engranaje de una titánica maquinaria de posibilidades variadas y más que complejas que, por su presencia o ausencia, llega a determinar las decisiones más fundamentales, tanto de los pequeños particulares como de las grandes potencias. Acuérdense, si no, de aquella Helena, la de Troya. Hoy por hoy, si acariciamos otros aledaños del tema, también sabrán ustedes que celebrar, o no, san Valentín es cuestión de gabinete que emerge como un debate popular de contrarios donde los negacionistas fijan posiciones desde su desinterés a que el Corte Inglés y las campañas de comercio les hagan la cama desde el capitalismo. Otros, también negacionistas, argumentan que el amor verdadero lo es a diario y que, por deber celebrarse cada día, rechazan su concreta efeméride. Por mi parte, que nunca he celebrado san Valentín, entiendo, sin embargo, que la primera de las posturas no es del todo de recibo si el objeto celebrado realmente merece serlo, no teniendo por qué ajustarse por ello al canon que dispongan los centros comerciales. ¿Y cabe duda alguna acerca de que el amor merece la pena celebrarse? Pero es que también podemos cuestionar la segunda réplica: ¿acaso vivir el amor a diario debe de impedirnos que se le pueda dedicar cierto día celebrativo para conmemorar su festejo de manera más expresiva y puntual? Si no fuera así, jamás celebraríamos, por ejemplo, el cumpleaños de un ser querido por el simple y puro hecho de que la vida también se conmemora a diario. Pero, en fin, dejando de lado lo celebrativo, que es lo de menos, valga la pena, ahora sí, recordar que quizá sean el amor y su ausencia los únicos que vayan moldeando con consistencia los pasos de nuestra vida, como si del jarrón de barro de Ghost se tratara. Será únicamente al final, cuando todo esté vendido, el momento en el que nos demos cuenta de lo que el amor ha hecho con nosotros, o de lo que no hemos dejado que haga. Quizá sea entonces cuando descubramos que la mortaja no tiene bolsillos, que no nos vamos a llevar la empresa, ni la oficina, ni cualesquiera que hayan sido nuestros puestos de trabajo, al otro mundo. Quizá sea entonces cuando apreciemos que la cuenta corriente y el currículum vitae se diluyen una vez que cruzas la orilla, y que lo meritorio de nuestros recuerdos desde los últimos días en que podamos acudir a ellos para rememorar lo pasado sólo tomará partido por aquellos episodios en los que, auténticamente, hemos amado desde la ternura, la entrega desinteresada, el sacrificio y el generoso dar a cambio de nada, hoy por hoy tan épico, tan utópico, tan de libro.

Hace tan sólo unos días que le preguntaba a un chaval: ¿con quién elegirías poder hablar una hora, con Bill Gates o con Gandhi? Y, sin pensárselo, me respondía que Gandhi no tenía nada que aportarle, que su lucha no era la suya, y que él quería fraguar su libertad desde las posibilidades que ofrecen el dinero y la creación de una gran empresa, y no buscando la paz de los pueblos. Ésas son las reflexiones emergentes en este tiempo interesado. Y quizá crean ustedes que me desvío, pero el amor, si bien tenemos claro que sobrepasa los linderos de la pareja, quizá no sea tan evidente, al menos socialmente, que también debiera circundar las realidades de aquellos a quienes llamamos los otros, así como la toma de decisiones particulares que, a fondo perdido, sirvan para construir, aún a largo plazo, llámenme loco, aquello que algunos seguimos refiriendo como un mundo mejor. Porque, finalmente, insisto, cuando poco quede ya de nuestro paso por el tiempo que se nos ha dado, cuando nos tengan que limpiar la baba y estemos casi a punto de dar el salto de este mundo al otro, será el amor lo único que configure nuestros recuerdos, pocos o muchos, según la cancha y el protagonismo que le hayamos dado a lo largo de la vida. Será el amor, entonces, sí, lo único que pueda sostenernos en el más opaco de los finales. Será el amor lo único que sepa, de alguna manera, redimirnos. Será el amor la única realidad con capacidad para salvarnos, incluso de nosotros mismos.

Pulsa para ver más contenido para ti