Opinión | Entre el sol y la sal

Ojo al Dato

Eduardo Dato.

Eduardo Dato.

Hoy es 8 de marzo y, para un chupatintas aleatorio como yo, es muy difícil abstraerse de la actualidad, así que no puedo pasar por alto que hoy se cumplen exactamente cien años del asesinato de Eduardo Dato. Y quién es Eduardo Dato, puede que se pregunte usted. Pues resulta que Dato fue, nada más y nada menos, presidente del Gobierno de España; o lo que en términos del periodo de la Restauración se llamaba presidente del Consejo de Ministros y jefe del gobierno. Abogado, gallego, enfermo crónico y conservador, fue quién acordó, verbigracia, la neutralidad española en la I Guerra Mundial, la Ley de Bases de Régimen Local, lo que no es cuestión baladí y ya, de por sí, merece este recuerdo para un nombre difuminado interesadamente entre apellidos coetáneos como Cánovas, Sagasta, Canalejas o Maura. Hablando en plata, fue vicepresidente del Tribunal de La Haya. Ahí es nada. Y nadie sabe que existió.

Dato tuvo que enfrentarse a multitud de sucesos en una época convulsa, pero fue una Cataluña envilecida y violenta, heredera de los sangrientos enfrentamientos entre UGT y CNT contra la Patronal, extinguidos fallidamente por el ejército en 1918, la que habría de apuntalar su final por ráfaga de disparos cobardes y a traición a manos de tres anarquistas. Y que esto me suena a algo. No sé a ustedes.

Ayer me desayuné con la discordia artificial urgida desde los medios por la que, según ellos, rememorar este aniversario en vez de ensalzar el feminismo, sería considerado un acto facha y heteropatriarcal. Pues yo, qué quieren que les diga. Basta que un grupo de presión socialcomunista intente obligarme a una cosa, hacerme pasar por fascista según su criterio, para hacer la contraria. Y lo a gusto que me quedo. Porque es Historia, porque Dato vivió, porque Dato lo hizo, y porque alguien tenía que recordarlo. Por más que pasen cien años.

Lamento mi brevedad de hoy. Pero hay vidas cuyo eco, sucinto y concreto, resuenan más que la afirmación de una portavoz tarada e incompetente: el agua y la sal se mezclan. Se llama mar. Y allí mueren todos los ríos.