Opinión | Crónicas de Málaga

Ben Gabirol, la exposición de 2027 y las luces de San Juan

Imagen de las luces navideñas de la calle San Juan.

Imagen de las luces navideñas de la calle San Juan. / L. O.

Ben Gabirol, el insigne filósofo y poeta judío que nació en Málaga y murió cerca de los cuarenta años en Valencia, ya mira hacia el Teatro Romano, como pidió la comunidad judía malagueña hace tiempo, un compromiso que se ha cumplido antes de que terminara 2021. Así, al menos, no parecerá que el genio malagueño está más atento a tomarse un vinito dulce en la terraza de El Pimpi que a pensar, que es lo que se le daba realmente bien. Ahora está a los pies de Alcazabilla, por si los malagueños de hoy quieren echarle un vistazo al tipo más importante que ha nacido por estos lares, al menos en cuanto a su talla intelectual, y, de paso, recordar un poco de su identidad, de su ADN, de su historia. Porque Málaga, más que proyectarse al futuro, necesitaría en algunas ocasiones volver su vista al pasado y pensar en lo que fue y en la importancia de conservar ese legado. Estoy cansado de escuchar que esta es una ciudad portuaria, abierta al mañana, a todos los forasteros que por aquí vinieron, acogedora y, por tanto, sin identidad. Una cosa es ser un buen anfitrión y otra renunciar a tus propios valores y señas de identidad para acoger acríticamente todo lo que venga de fuera. Ahí enmarco yo lo de Ben Gabirol y ahí reivindico que la ciudad se una en torno a la Exposición Internacional de 2027 que el Ayuntamiento quiere que la urbe acoja y que versará sobre la sostenibilidad urbana. Lo cierto es que el Gobierno ya ha dado el sí a la ciudad y la presentará al Bureau de Exposiciones de París cuando toque, en medio año. El alcalde, Francisco de la Torre, ha hecho los deberes, según ha explicado él mismo a la prensa, y preparó un dosier para que el Gobierno, que es al fin y al cabo el que debe defender la papeleta en París, sepa por dónde ir. Ya saben que la Expo 2027 se celebrará en 82 hectáreas existentes en Bellavista, Campanillas, en medio del triángulo productivo de la ciudad, previa cesión de parte del terreno del Estado a la ciudad (algo temporal). Luego, una vez se celebre esa exposición, parte irá para ampliar el centro de transporte de mercancías y parte para acoger medio millar de viviendas de protección oficial. Bien. Hasta ahí de acuerdo. Recordaba hace unos días una entrevista a Pedro Aparicio, gran alcalde de esta ciudad, efectuada en una emisora de radio ya al final de su mandato en la que decía que después de Barcelona y Sevilla, le tocaba a Málaga. Le tocaba ser sede de un acontecimiento internacional en condiciones. Es decir, De la Torre, desde la orilla del PP, y Aparicio, en la del PSOE, coinciden o coincidían. Y he aquí la oportunidad. Ahora bien, habría de implicarse a toda la sociedad civil en esta empresa y, claro, a todos los partidos políticos. Y, por otro lado, conducirlo todo con luz y taquígrafos, haciendo una estimación realista de cuánto nos va a costar la historia y qué retorno tendrá, no sólo en términos monetarios, para la ciudad este evento. Ya ha habido algún intento de uso partidista de este evento, aunque el pasado martes, cuando se conoció que el Consejo de Ministros iba a bendecir la candidatura malagueña, la Junta, el Ejecutivo y el Consistorio, al menos en el campo semántico, estuvieron a la altura y hablaron de unidad, esa rara avis en política. Ahora falta enamorar al ciudadano, al que la precariedad laboral y los coletazos de esta inmisericorde pandemia le impiden pensar mucho más allá de los próximos meses. Estamos más preocupados por sobrevivir, claro. Lo de la Expo 2027 es un punto y también lo fue que todos los partidos del pleno dejaran, en la Comisión de Urbanismo del pasado lunes, sus gafas ideológicas en la guantera para ponerse de acuerdo y pedir dinero para hacerle el tejado a dos aguas a la Catedral, arreglar la Iglesia del Sagrario, partida en dos por una patología del terreno, quitarle ya las humedades a la cripta de los condes de Buenavista, en la basílica de la Victoria, y meterle mano de una vez a la Alcazaba y Gibralfaro, conjunto monumental en el que Urbanismo, la Concejalía de Cultura y la Junta trabajan desde hace tiempo, pero que necesita ya una intervención urgente que deje atrás los papeles y se centre en actuar ya, al menos en los muros amenazados o que ya cayeron por la lluvia. Noelia Losada, edil de Cultura, impulsa la recuperación de la Coracha Terrestre, el camino que unía la Alcazaba y Gibralfaro, un precioso proyecto que devolvería unas vistas y un sendero míticos para los malagueños. Ahora es el tiempo del patrimonio, ha dicho Losada. Y está bien que así sea. Bastantes museos tenemos ya. Por cierto, el lunes confirmó la edil de Sostenibilidad Medioambiental, Gemma del Corral, que el Ayuntamiento tiene intención de seguir contratando en el espectáculo de luces y música del Jardín Botánico-Histórico de la Concepción y atribuyó el colapso de tráfico del primer día a que llovió y muchos prefieron el coche al autobús. No entro en la polémica, pero dejo aquí reseñadas las palabras de la edil, que, por cierto, provocaron críticas furibundas en la oposición. La semana ha sido intensa, el covid-19 sigue desatado y las luces de la calle San Juan (parte de ellas, ay) sí merecen el elogio del cronista. Ese, tal vez, sí sería el camino para futuras fiestas.