Opinión | Notas de domingo

Dignidad y sermones

Lunes. Decía Eugenio d’Ors que en Madrid a las ocho de la tarde o das una conferencia o te la dan. En España hoy, a las ocho de la mañana o das un sermón o te lo dan. Navego por el dial. Hasta que oigo a alguien emplear la expresión «pistoletazo de salida». Desde mi punto de vista habría que multar a quien dice bajo mi punto de vista. Enciendo la tele. Zelenski dice que los lunes son difíciles pero que ahora en Ucrania todos los días son lunes. Ya no se me va la frase de la cabeza en todo el día.

Martes. Hablo con Juan Cruz, que me ha propuesto escribir en la contra de El Periódico de España. Cruz, inmenso escritor al que siempre he leído con devoción, estuvo en Málaga días atrás en el Festival Escribidores. Me invitó a un aperitivo en el Málaga Palacio. Venía de ver a Javier Cercas: «Ha estado magnífico». Llegó apresurado. Cruz, no Cercas. Jovial. Lleno de proyectos. Tras dejarme se marchaba a almorzar al Candado con Vargas Llosa. «El día que fui telonero de Vargas Llosa» se me ocurre como título para una columna.

Miércoles. Más gente de la habitual hoy en el Mercado del Carmen. Y hay paella. Los salmonetes, a la plancha. Coquinas antes. A la gente de fuera nos gusta traerla aquí; este sitio siempre les alegra el corazón. O eso pienso mientras veo el tráfico de platos y bebidas, los camareros correteando, la cerveza que mana de los grifos. Observo a una pareja en una mesa cercana contemplar las navajas con curiosidad zoológica. Para bajar el vino, en singular, damos un paseo atravesando una ya larga tarde de marzo que aunque de vocación primaveral trae al final un viento fresco. Después de trabajar bajo con mi hijo a comprar un libro. No hay consenso sobre a qué edad ha de leerse El principito. Cenamos con los vikingos de Valhalla. La acción, cien años después de la otra serie. Qué pensarían esos hombretones de una cena como la mía: alcachofas viudas.

Jueves. Colecciono columnas que se titulan Crimen y castigo. De las encabezadas por Guerra y paz ya tengo muchas. Ahora sería el momento de titular algunas con El jugador. O La muerte de Ivan Ilich. Tal vez para salirnos de los dos grandes autores rusos faltaría una titulada Doctor Zhivago, de Pasternak, que siempre me ha sonado como a leche desnatada. Es pasteurizada, claro.

Llega El castillo de Barbazul, de Javier Cercas. Cercas otra vez. Leí los dos primeros de esta trilogía y me gustó más el primero. Ahora el mosso está en Baleares, por lo visto. Acaricio el libro, lo guardo en el cajón y pienso en los plazos que tengo para escribir la reseña en el suplemento de libros. Corro al plató. Fernando de la Guardia entrevista a una chica ucraniana. Aquí está, con nosotros. Se echa a llorar. Nos informa, nos pide, que digamos Kiev en ucraniano. Kiev es ruso. En ucraniano suena algo así como killev. O kiliev. Escuchándola, con su suave acento -ella habla el idioma de la dignidad-, se me va abrochando en el cerebro una historia para un relato. Para algo más tal vez. Continúa el programa y cuando me va a tocar hablar entro en pánico: no tengo boli. Manos para qué os quiero.

Viernes. Nunca olvidaré cómo me recibía al llegar a casa. Te quiere porque tú le permites comer jamón york, me decían. Ni los largos paseos que con ella di tantas veces en las muchas temporadas que con nosotros pasaba durante años. Qué enérgica lealtad. Nos mandábamos fotos de ella a menudo, pero no recuerdo cuándo fue la última vez que la vi personalmente. Perrunamente. Pero sí aquella primera noche. Yo fui una vez de esos idiotas que no comprendían estos amores. Neska.