Opinión | Bajo el puente de hierro

Imprescindible

Yo era importante. Por mi ordenador pasaba todo. Yo tenía las claves, los documentos sellados. Pero cambié de trabajo y el edificio se mantiene intacto

La redacción de un periódico.

La redacción de un periódico.

Es tentador creerse imprescindible. La huella única. El espacio intacto. Un inquilino insigne. Nuestros hijos tienen nombres hermosos. Nuestros escritorios están llenos de papeles. Pero el tiempo siempre pone a nuestra disposición sus cajas de mudanza. Cartón garabateado. Casas recién pintadas que no han logrado desprenderse de su espíritu roto. A veces, simplemente, desearía quedarme en sitios en los que jamás he estado. Almorcé ayer con algunas amigas que dejé en mi anterior trabajo. Es un milagro. Todo sigue igual, me contaban. Mi marcha apenas alteró el curso de un riachuelito que avanza zigzagueando hacia la costa. Yo era importante. Moderadamente importante. Por mi ordenador pasaba todo. Yo tenía las claves, los documentos sellados, carpetas llenas de cosas imprescindibles. Pero cambié de trabajo y el edificio se mantiene intacto. Alguien llegó para hacer lo mismo que yo hacía. Mejoró algunas cosas, empeoró otras, pero los días se mantienen firmes, con sus rutinas, con su sol a veces. El desorden es un orden poco meditado.

Tampoco el corazón nos retiene ensimismado. Como la piel en la palma de la mano, expulsa las astillas con una infalible suavidad. Yo quise quedarme a vivir en amores quebrados. No estar, pero seguir estando. Todo el mundo fantasea con ser el gran amor de la persona a la que abandona. Gimnástico y cruel. Inútil y párvulo. Pero pasan los días y la vida suena como un chasquido de huesos. Siempre encuentro alivio en los crujidos. Luego llegan los amores nuevos. El vértigo de las primeras veces. Amapolas inéditas. Nectarinas reventando contra los labios. El tiempo no pone las cosas en su sitio, el tiempo, miserable orfebre, solo convierte lo trascendente en fútil. Lo indispensable en trivial. El tiempo desbrava, desgasta y marchita. El tiempo retuerce lo rígido, ennegrece lo áureo, convierte en diminutas las pasiones. Los imprescindibles no lo son ya ni en la memoria. Pasan, porque es condena el movimiento. No hay fuego que no sucumba a la ceniza, no hay ceniza que no sea el legado de una luz inmensa.

Es mejor así. Es mejor este caminar liviano. Pienso en el mañana como un niño durante sus vacaciones de verano. Es una aventura la intrascendencia. Bendita sea la carne, por su viaje feroz, por su precipicio. Estoy bien ahora. Este ahora me acompaña desde siempre. Bebimos vino y criticamos a los que no estaban. «Os echo de menos», les dije. Es cierto. Hay sitios donde uno nunca volvería, pero que mantienen su dulzor. Como dos hermanos que se abrazan tras pegarse. No deja de ser miel, la miel que en el suelo se derrama. Madurar es aprender a irse, porque llegar sabemos todos. Son un castigo las partidas.

Quien celebra los comienzos está condenado a sufrir en las despedidas. Yo siento, no sé si es perverso, que algo está roto en los principios que solo se arregla en los finales. Quiero que mis talones huellen el camino. Quiero que el viento atenúe mis pisadas. Quiero estar de paso. Quiero buscar y no encontrar nada. Desenterrar fruslerías. Ni un solo tesoro. Solo la curiosidad por lo que oculta el mundo. Con sus días iguales a otros días.

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