Opinión | 725 PALABRAS

Sutilezas estivales

Sutilezas estivales

Sutilezas estivales / Juan Antonio Martín

La sutileza es un florete de infinitos filos. La precisión, la finura, la elegancia, el buen talante, la argucia, la agudeza, el ingenio, la gracilidad... son pinceles sustanciales en la acuarela de lo sutil. Así fue, así es y así será, aunque a fuer de sincero, de más en más la sutileza se está convirtiendo en una maltrecha embarcación que navega con buena proa hacia los confines de la extinción. A más aguda sea la sutileza, menos posibilidad de llegar a sus destinatarios porque, por lo general, los destinatarios se hallan inmersos en una torpe sordera selectiva en la que las sutilezas cada vez caben menos, especialmente las emocionales. En algunos universos y entre algunos personajes, la sutileza nace muerta, o herida de muerte:

–Las noches veraniegas nos unen en soledades compartidas, solo las estrellas nos miran y nos invitan, acércate, desnúdate, ven... –Él a ella.

–¿Lo qué, mi amor...? –Ella a él.

O, en orden inverso:

–La oscuridad nos mece, y nos envuelve, y nos invita a anudar nuestros cuerpos; aproxímate y deja que mis ojos te vayan desnudando poco a poco... –Ella a él.

–¿Qué dices que tengo que anudar, cariño...? –Él a ella.

Sutileza summa cum laude es lo que expresó Michel de Montaigne cuando nos brindó una de sus lecciones vitales: «Prefiero forjar mi alma antes que amueblarla», dijo. Y se quedó tan tranquilo.

En ocasiones, la sutileza responde a un simple acto de concomitancia guiado por la estupidez que rezuman los cerebros de los rapsodas locos: «¡Obviemos las sutilezas y vayamos al grano!», dijo el displicente past-president of the United States of America, uno de los diez locos universales peligrosamente vivos. Malo para el entorno cuando el entorno le da pábulo a la locura, que es ferozmente insaciable. Por el bien de la Humanidad, ojalá que todos los dioses conspiren para mantener a Míster Trump y a los otros nueve en las antípodas de los despachos de poder, por los siglos de los siglos...

Cuando viajan juntas, la sutileza y la locura conforman la grandeza de la callada metáfora de la antinomia más brillante. Lo locamente sutil y lo sutilmente loco son demostraciones de perspicacia al alcance solo de unos pocos elegidos a lo largo de la historia del hombre en la Tierra. Solo un pincel o un cálamo, o un cincel y un martillo... en las manos correctas son capaces de reproducir en un cuadro, en un papel o en un virgen bloque de mármol más detalles de los que reproduciría la mejor cámara fotográfica de nuestros días. A la luz de la sutileza, a la cámara fotográfica siempre se le escapará lo que el sistema límbico y el neocortex, cada uno a su manera, son capaces de percibir de la nada, que, naturalmente, es una realidad más allá de lo perceptible con los cinco sentidos reconocidos. De hecho, ayer fui testigo mudo de la frontera sutil entre un sin techo y un ángel de unos cinco añitos, usufructuario del cada vez peor definido estado del bienestar.

–Señor, si duerme ahora no podrá dormir de noche – en el más perfecto francés posible para un personajito francófono de cinco años le advirtió el niño al vagabundo que dormía protegido por la sombra del portal de acceso a un edificio.

El padre de la criatura intervino y, velozmente, retiró al mini personaje del alcance del durmiente, que, asustado, se despertaba a base de manotazos al aire. Mientras lo alejaba del individuo durmiente aprovechó para recordarle amorosamente, en voz baja, que no hay que despertar a los mayores mientras duermen, aunque sea de día. A juzgar por la asertiva manera de intervenir gestual y verbalmente con su hijo, el padre me pareció ser un hombre bien instruido para estos quehaceres. Un lujo de padre, pues.

El vagabundo se desperezó, miró al niño y, guiñándole, le agradeció el haberlo despertado:

–Gracias, pequeño gran hombre, tú gesto sutil de despertarme le ha dado sentido a lo que queda de día y postergado el descanso para cuando llegue la noche, que como cada día llegará justo después de mi munífico epítome de cada día.

La escena me evocó a Benavente, don Jacinto, y su afirmación a propósito la suerte, que yo parafraseo a propósito de la sutileza: «Muchos creen que el talento es cuestión de sutileza; pocos saben que la sutileza es cuestión de talento».

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