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Hechos consumados

La desactivación de esos gasoductos ponía fin, según Hudson, a la incertidumbre y la preocupación de los diplomáticos estadounidenses y de Bruselas por las manifestaciones cada vez más masivas, sobre todo en el este de Alemania, a favor de poner fin a las sanciones a Rusia

Estación compresora de gas en Mallnow, Alemania.

Estación compresora de gas en Mallnow, Alemania. / EFE

Quienquiera que haya sido el que dinamitó tres de las cuatro tuberías que transportaban el gas ruso por el Báltico hasta Alemania, una cosa es segura: pasará mucho tiempo antes de que los gasoductos puedan volver a dar servicio.

He escrito “quienquiera que haya sido” aunque para algunos no parece haber duda de quién está detrás de ese sabotaje terrorista y no es precisamente Rusia, como inmediatamente insinuaron los medios de la OTAN.

Alguien tan poco sospechoso como el economista liberal de Columbia y actualmente asesor de la OTAN Jeffrey Sachs declaró a la agencia Bloomberg que todo apuntaba a Estados Unidos o Polonia, en este último caso con el visto bueno de Washington.

No sólo el presidente Joe Biden había amenazado ya antes de la guerra de Ucrania que su país acabaría con el gasoducto Nord Stream 2 si Rusia invadía el país vecino, sino que está también la reacción pública de su secretario de Estado a raíz del sabotaje.

Es “una gran oportunidad para acabar de una vez por todas con la dependencia (europea) del gas ruso y priva a Putin de la posibilidad de utilizar la energía como arma con la que llevar a cabo sus objetivos imperialistas”, dijo Anthony Blinken.

Otro economista también norteamericano, Michael Hudson, de la Universidad de Misuri, en Kansas City, comentó irónicamente que en vez de pánico, el sabotaje ha dado lugar a un “suspiro diplomático” en círculos de la OTAN.

La desactivación de esos gasoductos ponía fin, según Hudson, a la incertidumbre y la preocupación de los diplomáticos estadounidenses y de Bruselas por las manifestaciones cada vez más masivas, sobre todo en el este de Alemania, a favor de poner fin a las sanciones a Rusia, que estaban perjudicando tanto a la industria como a las familias alemanas.

Un sector creciente de la opinión pública del país central de Europa veía con temor el cierre de plantas siderúrgicas, de fertilizantes o de vidrio, entre otras, que tendrían que suspender su actividad o trasladarla a otro continente, incluso a EEUU, si se mantenían las sanciones contra Moscú y no llegaba el gas ruso.

Con la desactivación de los dos gasoductos, la cuestión parece definitivamente resuelta a favor de Estados Unidos, que ahora puede vender a Europa su propio gas licuado, mucho más caro que el ruso.

El economista norteamericano dice no entender la voluntad alemana de “autoimponerse una depresión económica”, decisión atribuible no sólo a sus políticos, en especial verdes y liberales, sino también a los “burócratas” de Bruselas.

Ya no puede haber en Washington ninguna duda sobre la posibilidad de que Europa vaya a apartarse de la diplomacia estadounidense, reanudando el comercio y las inversiones recíprocas con Rusia porque el agua del Báltico ha corroído los gasoductos dinamitados.

Y de ese modo se anulan todas las ventajas competitivas de que había gozado hasta ahora Alemania frente a EEUU gracias al gas ruso que su industria obtenía al mejor precio, escribe Hudson, quien predice un “desastre económico” para el país central de Europa.

Las exportaciones industriales germanas y los flujos de inversión habían sido hasta ahora los principales sostenes del tipo del cambio del euro, pero la moneda común europea no ha dejado de devaluarse frente al dólar, divisa en la que se produce la mayor parte de las transacciones internacionales.

Y esto va a afectar no sólo a los europeos sino también la capacidad de muchos países del llamado Sur global, que se ven y se las desean para pagar la energía y los alimentos que consumen, que han alcanzado precios astronómicos, y que tienen que hacer frente al pago de su deuda externa.

Esos países tendrán que elegir entre alimentar a su población y proveer a su industria al precio que sea de la energía que necesita o devolver los créditos en dólares cada vez más caros porque prácticamente todas las divisas se han devaluado frente a la moneda estadounidense, excepto, irónicamente, el rublo.

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