TRIBUNA

Carta de Navidad

Diego Galdino

Y luego vendrá alguien y te hará entender que, hasta ese momento, no entendías nada. Como te extraño, mi amor. Entiendo que cada mañana me despierto y no encuentro tu sonrisa esperándome, ni tu cuerpo recostado junto al mío. Lo primero que pienso es: ¿y ahora qué hago? ¿Cómo pongo los pies en el suelo y empiezo el día sabiendo que no podré terminarlo metiendo la mano debajo de las sábanas para tocar su piel y dormirme plácidamente? Tener la certeza de que cualquier mal que me pueda pasar siempre habrá algo bueno para compensarlo... tú. Esta será la primera Navidad que no pasamos juntos desde que nos enamoramos. Se dice que la distancia es como el viento, que apaga los fuegos pequeños y enciende los grandes. ¡Bien! Mi corazón se ha ido al infierno. ¿Ya te dije que te extraño? Probablemente sí. ¿Recuerdas cuando me dijiste que las cosas bonitas para una mujer no se deben decir demasiado porque de lo contrario pierden importancia? Nunca he estado de acuerdo con esta idea. Me encantaba decir te quiero mucho... mientras hacíamos el amor. Cuando estabas en la ducha y abría la puerta del baño a escondidas para observarte a escondidas apoyado contra la pared, para decírtelo en silencio en el pensamiento, envidiando el agua que fluía sobre ti en lugar de mí. Quería ser baño de burbujas y tus manos, para acariciar ese cuerpo que ya era más necesario que el mío. Ayer puse el árbol, bajé al armario y saqué todas las cosas que habíamos sacado juntos para decorarlo, juntos... básicamente lo elegiste todo tú. ¡Cuánto te gustaba la Navidad! Era tu fiesta favorita, incluso más que tu cumpleaños, la única mujer que lo celebraba como si fuera siempre el dieciocho, a pesar de la edad y el tiempo que pasaba. Qué hermosa estabas, de repente, cuando, sin saber ya dónde colocar las decenas de bolas que habías comprado, sacabas la lengua poniéndola a un lado, como probablemente hacías de niña ocupada dibujando un sol, o una flor, o un perro, sentada en el piso de la sala. ¿Recuerdas cuando me hiciste pararme al lado del árbol con todas las rayas de colores que deberían haber terminado alrededor de las ramas, entre las bolas y las luces? Para ver el efecto que tenían uno debajo de la otra. Se me pegaron hilos de plata, oro y rojo durante una semana. El rojo de la Navidad. Tu color favorito puesto al enésimo grado. Cuando hablabas de rojo tus ojos brillaban aún más. Lo considerabas el color de la vida, el rojo de la pasión, de la sangre hirviendo en tus venas, cuando estás al lado de la persona que más quieres en el mundo, como el corazoncito que te habías tatuado en el tobillo. «Para hacerte entender que te amo y soy tuyo de pies a cabeza». Eso me susurraste al oído el día que lo tuviste, tú que tenías un miedo loco a las agujas. Todavía no puse una estrella encima del árbol de Navidad. Estaba a punto de ponerla cuando me di cuenta de que no hubiera sido correcto. Era tarea tuya, la firma final que ponías en tu obra de arte. Inmortalizado por mí con mi celular. Volví a mirar la foto de la Navidad pasada, después de volver a poner la estrella en su caja. Eras todo sonrisas, en lo alto de la escalera, con la estrella a la vista. Qué cara tenías. Tu sonrisa siempre ha cubierto el resto del rostro. La nariz, las mejillas, los ojos, la frente. Una sonrisa infinita, de esas que si no tienes cuidado, te encuentras enamorado sin siquiera saber cómo pudo suceder, tan de repente. Tú que pusiste nombre a todas las expresiones, como lo hizo el protagonista de la película ‘Zoolander’. «¡Esta es mi Magnum!» Y tú te das vueltas poniendo tus maravillosos labios a corazoncito. Tus labios …. Madre mía. Tal vez no sea el momento de pensar en ellos en Navidad. Cometo un pecado. Sin embargo... Mirando tu boca siempre pensé que tenías dos corazones, uno dentro de tu pecho y otro en tu cara. Y no puedo prescindir de ninguno de ellos. Como si hubieras desguazado el mío el día que te conocí y a cambio me hubieras dado los tuyos de cortesía, como esos coches que te presta el mecánico mientras repara el tuyo. Ir lejos, lejos, lejos de todas las cosas malas de tu vida, de los problemas, de los cabreos, de las malas personas, que a veces, quieras o no quieras, te encuentras o tienes algo que ver. Y ahora... sin corazones, el tuyo y el mío, me veo obligado a caminar a todos lados y siempre me lleva muchísimo tiempo llegar... a cualquier lado. Tanto es así, que a veces digo, pero ¿quién me obliga a hacerlo? Y luego dejo que mi alma se siente y espere la buena suerte. Lo que has sido tú la mayor parte de mi vida. La mayor suerte que pude tener. ¿Tú lo sabes? No te enojes. Pero tengo que decirte…. odio la Navidad. Sí, porque sin ti ya no es rojo, ni dorado, ni plateado. Porque las luces parpadeantes que se encienden y apagan se sienten como mi vida ensayando... contigo y sin ti. Y parece que a ganar es el momento que se quedan todas apagadas. Por favor, amor, dame fuerzas para seguir, porque sin ti no puedo celebrar esta Navidad, ya no puedo celebrar nada. Y no me mires mal, sé que te lo prometí, y el árbol, como ves, lo puse. Y tal vez mañana sacaré la estrella de la caja y la pondré encima, como a ti te gusta. Pero ahora, solo dame una caricia y abrázame fuerte como tú sabes hacer. Ahora me desnudo, abro la ventana de la sala y la ventana del dormitorio para que entre aire. Cierro los ojos por unos segundos e imagino que el aire son tus brazos y tu mano. Estoy seguro de que no me resfriaré, porque si eres el aire, nunca puede hacer frío... ni siquiera en Navidad.

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