LAS CUENTAS DE LA VIDA

Estación Ucrania

Daniel Capó

Daniel Capó

Cuando el presente estalla, el hombre queda dividido entre la nostalgia por el pasado y el anhelo de la utopía. Nadie sabe ya en qué creer ni en quién confiar. El músico ucraniano Serhiy Zhadan respondió algo similar en un encuentro que tuvo lugar hace años en el barrio de las Letras de Madrid: «El problema no es tanto si se es ‘pro-UE’ o ‘pro-Rusia’; el problema es que muchos ucranianos no saben ya qué creer. […] También hay mucho miedo a la realidad y al futuro». La cita la extraigo de un libro fundamental para comprender la historia reciente de Ucrania y el camino hacia la occidentalización que emprendió hace ahora una década. Hablo de ‘Estación Ucrania. El país que fue’, del exasesor de Política Internacional y Seguridad del gobierno español Borja Lasheras, quien comenta en su ensayo: «La obra de Zhadan refleja la realidad distópica que dejan tras de sí las utopías fracasadas y esa nostalgia por el pasado de que habla. Recrea el hundido entorno posindustrial del este y del Donbás, una de las regiones expuestas durante mayor tiempo al proyecto soviético, utopía muerta pero que pervive de alguna forma». Es un mundo que no resulta ajeno a la literatura (pienso ahora en ‘De camino a Babadag’, el maravilloso libro de viajes del polaco Andrzej Stasiuk) y aún menos a la eslava, tan marcada por el peso de la historia y la continua agonía que conlleva.

Borja Lasheras nos muestra en ‘Estación Ucrania’ la complejidad de un país difícilmente reductible a un eslogan o a un corsé. Su honda imbricación de siglos con Rusia –que no se limita a las regiones del este, como en ocasiones se caricaturiza desde España–, su riqueza agraria –fruto de una tierra oscura llamada Chernozem–, que lo convierte en uno de los principales graneros de Europa, y su doble experiencia del horror soviético y nazi durante el siglo XX iluminan el valor de un pueblo decidido a luchar por su supervivencia. Sobre el Holocausto ucraniano, conocido como Holodomor, leemos en el libro: «Mucho se ha escrito sobre los testimonios de lo que pasó entonces, incluidos actos de canibalismo. Se estima que en este país, entre 1932 y 1933, murieron en torno a cuatro millones de personas de hambruna y enfermedades relacionadas. La destrucción del campesinado ucraniano se sumó a la aniquilación de las élites urbanas y culturales, como el Renacimiento Ejecutado. Estos crímenes tuvieron poco eco internacional».

Ahora sucede lo contrario. Kiev vuelve a situarse en el centro del tablero europeo, con el futuro de varios de sus actores en juego. En primer lugar, se trata de la democracia ucraniana y de sus gentes. En segundo, de la solidez de la Unión ante unos desafíos que buscan poner en jaque su viabilidad. Y, en tercero, de que una derrota de Rusia supondría no sólo el previsible final del régimen de Putin, sino también una desestabilización muy profunda en lo que podemos denominar la gran Rusia. Y, como aprendimos bien tras la I Guerra Mundial con la caída de los Habsburgo, nadie sale indemne de la descomposición de un imperio. La Europa de las próximas décadas quedará profundamente marcada por el resultado de esta guerra. Y este fascinante libro nos permite entender mejor la compleja densidad histórica y humana de unos pueblos en los que se juega buena parte del destino actual de los europeos.

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