LA SEÑAL

Proyecto Caníbal

Vicente Almenara

Vicente Almenara

No sé qué podemos hacer para remediarlo. Los funcionarios (algunos, pero son demasiados) se soliviantan mucho últimamentec. Resulta que el colapso de las oficinas de la Seguridad Social en toda España (bueno, en la que queda) es clamoroso. Los súbditos solo son atendidos con cita previa (muy difícil de conseguir y antes del alba, por internet o teléfono) con lo que el trabajo de los servidores públicos es ahora mucho más cómodo que antes de la pandemia, pero los súbditos andan fastidiados para solicitar una pensión o cualquier otro trámite (¡y hay tantos!) necesario para sobrevivir. Y entonces llega el ministro Escrivá y ordena abrir por las tardes para atender a más súbditos y que a los mayores de sesenta y cinco años no se les requiera cita previa y entonces… saltan los funcionarios (demasiados). A ver qué se ha creído el ministro, ¡trabajar por las tardes!, ¡y sin compensación económica! Lo que los susodichos quieren es más personal, anda y yo también, y que lo paguen los súbditos.

Otro poner. Se proyecta la privatización de la torre de control del aeropuerto de Málaga y vuelven a saltar los empleados públicos, que les temen a las privatizaciones más que a una vara verde. Lo público no funciona o funciona mal, pero de privatizar nada, que tengo que trabajar más y, además, me pueden despedir. Y así.

El genial Billy Wilder decía que le encantaban las improvisaciones, a condición, eso sí, de que estuvieran rigurosamente preparadas. Aquí ni eso. Hay quienes se han agarrado a la cita previa como un pulpo y no hay quien los despegue, ni el errático Escrivá, que para la reforma de las pensiones ha dado más vueltas que un perro para acostarse, y encima la UE lo vigila de cerca.

En la mesa de la Taberna de Mike Palmer, comentamos otros sucedidos de parecida truculencia. Como que el presidente de Siemens, consejero del Foro Económico Mundial de Davos, tiene la cara dura de proponer que mil millones de personas dejen de comer carne para disminuir su impacto en el clima. Pero él y sus asistentes se desplazan en aviones privados por todo el mundo, consumiendo combustible y contaminando, o sea, dando ejemplo. Yo apuro mi villagodio con tuétano, por si acaso. El vino, La coartada, es portugués, del Alentejo, nada recordable.

Mi comensal vecino dice que la UE ya le paga a Turquía, Egipto y Libia para contener a quienes desde el África subsahariana quieren saltar nuestras fronteras. Y el amigo de enfrente, con el rabo de toro en su tenedor, levanta la mirada y espeta: y yo me pregunto, ¿y por qué no hacen una revolución en sus países quienes vienen al nuestro, expulsan de las poltronas a los tiranos que les gobiernan y cambian de política en vez de huir y dejarles el muerto a sus compatriotas?, si todo el mundo se fuera de donde no puede vivir medio mundo estaría vacío. Y se anima la conversación hasta el suflé. Y es que ella comenta a los presentes que hay un proyecto que, sin tapujos, pide que dones tu cuerpo para que sea consumido por otras personas y así reducir el hambre en el mundo y la contaminación que producen las grandes industrias cárnicas. Otra dama la interrumpe para afirmar que esta idea no se le había ocurrido al ministro Garzón y que ahora podría apropiársela para las campañas por venir y que correríamos serio peligro… Pero la primera señora nos defrauda cuando dice que solo hace falta ir a los términos y condiciones del proyecto para leer que se trata de una «obra de arte conceptual» que solo pretende «dar a entender la importancia de aceptar los términos y condiciones de cualquier servicio», y las protestas se multiplican en la mesa y en una vecina que seguía la parla con disimulo. Se trata de las cosas del Human Meat Project, cuyo lema es que un solo cuerpo puede alimentar hasta cuarenta personas. Y la conversación a la hora del almuerzo, no te digo. Para terminar, y con un Alfonso en la mano, la ponente explica que todo tiene sentido, que la cultura del miedo, que ya con el covid y el apocalipsis climático cuenta con sus primeros bocados, necesita otros que llevarse a la boca. Unamuno lo transmitía así:

¡Pobre Satán! botado del escaño

del trono del Señor de las mercedes

tú que ablandar con lágrimas no puedes

el temple diamantino de tu daño.