725 palabras

El día después

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

Desde antes del periodo electoral propiamente dicho, el escenario político de todas las formaciones se ha manifestado más mediante una severa mitomanía que mediante la verdadera realidad interna de cada una de las formaciones que hoy se examinan. Hoy es un día emocionante, especialmente para todos aquellos que viven de la política. Hoy se hacen públicas las evaluaciones de la sinrazón de sus razones o la de las razones de su sinrazón, que tanto monta, monta tanto. ¡Acta est fabula...! ¡Señoras, señores y señoros, hasta aquí llegó el teatrillo!

Mañana, día 29, el mapa político municipal o autonómico de los españoles mutará poco, mucho o nada. Mañana será el novísimo primer día del resto de la vida de todos los implicados, ciudadanía incluida. Hoy, como cada día de sufragio, es Día de Reyes para la política profesional. Hoy los ciudadanos le entregan a las distintas organizaciones políticas las correspondientes evaluaciones por sus méritos y sus deméritos preelectorales y electorales.

A partir de mañana todos los alcaldes, presidentes de comunidades autónomas y sus adláteres mantenidos in pectore durante los pasados últimos quince días tendrán lo que se merecen a ojos del buen o del mal cubero de la ciudadanía. Nosotros, los ciudadanos, a través de nosotros mismos también tendremos lo que nos merecemos porque las papeletas de cada partido implicado que, a priori, significan futuro, no son pocas las veces que tienen forma de lanza afilada. Después, con cada cual en su sitio, por sus hechos los conoceremos y a quién Dios nos las dé, san Pedro nos las bendiga... Esto, así de claro, es lo que tiene el día después de cada sufragio porque el variopinto orden existencial de la política tiende más a la realidad facticia -hermosa palabra– que a la realidad natural. Para según qué, el día después siempre es tarde.

–¿Por qué no se me ocurriría votar susto en lugar de muerte...? –meditaremos algunos.

El universo político, que con asiduidad viaja aparte de la ciudadanía, por la propia estructura intangible de la política como medio de expresión y de vida, requiere la asunción de determinados códigos no adaptados ni asimilados por el grupo de mortales a los que la política representa. En este sentido, para mi comprensión y asunción de la realidad, hace años, muchos, que llevo permanentemente conmigo tres pensamientos de tres personajes ilustres a lo largo de la historia. Me refiero al duque de La Rochefoucauld, un noble librepensador francés del siglo XVII, al príncipe de Talleyrand-Périgord, un noble y polifacético pensador y hábil político francés que vivió a caballo entre el siglo XVIII y el siglo XIX y, finalmente, al archiconocido Groucho Marx, el inimitable cómico estadounidense del pasado siglo.

El primero de ellos afirmó que «en política se promete según las esperanzas y se cumple según los temores», el segundo nos brindó la realidad viva de que «en política no hay convicciones, sino solo circunstancias» y el tercero, el gran Groucho, nos regaló aquello de que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos y hacer un diagnóstico falso para a posteriori aplicar los remedios más equivocados». ¡Anda que no esto último...! Pensemos, si no, en el malhadado, longilíneo y enhestado proyecto del hotel-falo del dique de levante del puerto de Málaga.

El día después en política, especialmente para los políticos que viven de serlo, suele ser tan complaciente como displicente, lo que, por enésima vez, viene a demostrar que la polaridad, como realidad física es una herramienta universal imprescindible para la comprensión del mundo, ello sin perder de vista que la calidad/cualidad de ser político exige adaptaciones contradictorias primarias para el ser humano. Las ciencias de la salud mental aconsejan asumir que la primera obligación natural del sapiens es «ser feliz, no perfecto», sin embargo la principal obligación socioprofesional del sapiens político que nos representa no es ser feliz, sino ser perfecto en el desarrollo de sus obligaciones políticas elegidas.

Quizá la mayor contradicción entre el día después del profesional político y el día después del ciudadano de a pie radica en la divergencia de los sueños y las expectativas entre ambos actores de la misma obra. Tanto los aspirantes al poder como la ciudadanía merecemos lo que soñamos, pero difícilmente –a las pruebas me remito–, los sueños de los representados y los representantes son coincidentes en esencia, porque el sistema lo ha hecho así.

Suscríbete para seguir leyendo