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Celebrar en tiempos revueltos

Quizá nos encontremos ante un año crucial para ver si el sistema generado en el Centro en los últimos años reinventa la Feria o la termina rechazando

Un grupo de jóvenes, en el Centro de Málaga.

Un grupo de jóvenes, en el Centro de Málaga. / L. O.

Gonzalo León

Gonzalo León

La Feria de Málaga se acerca y como cada año, cuando se inicia y cuando acaba, nos planteamos los retos a los que se enfrentan sus organizadores y la ciudad en general ante una cuestión de esta magnitud.

A diferencia de otras fiestas en la ciudad, usando como ejemplo la Semana Santa, en el caso de la feria el consumidor y partícipe de la fiesta es cualquiera. Todo el que llegue puede ser actor de esta fantasía lo que la convierte en un verdadero polvorín.

La Feria de Málaga es sin duda uno de los eventos más esperados del año para los malagueños y visitantes, pero en este año 2023, nos encontramos ante un desafío sin precedentes. Si bien es cierto que esta festividad es una celebración arraigada en la tradición y la cultura de la ciudad y sus gentes, no podemos ignorar los retos a los que se enfrenta en la actualidad.

El equilibrio entre el turismo y la preservación de la identidad cultural quizá sea el mayor de los frentes que tiene abiertos esta fiesta. La Feria de Málaga ha atraído a turistas de todas partes del mundo, y aunque esto tiene un impacto positivo en la economía local, también corre el riesgo de diluir la esencia y tradiciones que hacían singular esta festividad. La influencia de las tendencias internacionales y las actividades de carácter masivo podrían relegar aspectos auténticos de la cultura malagueña a un segundo plano. Es fundamental encontrar un equilibrio que permita la promoción turística sin sacrificar la riqueza cultural y las raíces históricas de la Feria. Dicho esto, habría que poner en cuestión qué es y qué entendemos por los verdaderos aspectos de la tradición malagueña en cuanto a feria y fiestas se refiere.

Dicho esto, quizá nos encontremos ante un año crucial para ver si el sistema generado en el Centro en los últimos años reinventa la feria o la rechaza.

Como todos sabemos, el Centro Histórico de la ciudad se está convirtiendo cada vez más en el lugar de esparcimiento de todos los turistas del mundo habidos y por haber. El espacio se ha amoldado a ellos en un desarrollo extraordinario que genera riqueza, empleo y movimiento en una ciudad que lo vio las orejas al lobo cuando la pandemia dijo aquí estoy yo.

La cuestión es que, a pesar de la negativa desde hace ya años para que la Feria del Centro desaparezca, parece que no existe un momento definitivo para ello. No se ha determinado nunca de manera clara y directa que todo deba desarrollarse en el Real de la Feria que es su espacio ideal.

Poco a poco el traslado se va a haciendo evidente: mayor actividad en las casetas, mejores espacios con sombra e incluso gestos claros como llevar el pregón este año al Real harán que de manera progresiva el esperpento del centro vaya desapareciendo.

Aún así, resulta intrigante saber cómo se comportará la industria turística en este sentido. Y es que cuando la demanda de eliminar la feria del centro salía de los ciudadanos, no era especialmente bien tratada. Pero en esas épocas el centro histórico no contaba con la infraestructura turística con la que cuenta hoy. Por ello me pregunto qué opinará el operador de apartamentos cuando, durante una semana, su zona de trabajo se enfangue de una manera tan bestial.

Dos opciones al respecto: que le vaya la marcha y sigamos con la estela de los Sanfermines del sur de Europa o que digan no. Y se comience a proteger por parte de terceros un espacio que se tensiona de manera disparatada durante una semana.

Son muchos los vecinos -de los pocos que quedan- del Centro Histórico malacitano que buscan alternativas durante esa semana. De la misma manera que cada vez son más los malagueños que marcan algunos días de la feria en su calendario para marchar de la ciudad. Si trabajas en el Centro, esos días olvídate -salvo que tengas un bar-.

La Feria se convierte en un festival de alcohol y carnes al aire, y muchos turistas parecen verla como una oportunidad para perderse en una borrachera y bacanal descontrolada. Esto no solo pone en riesgo su propia seguridad, sino también la de otros, ya que se incrementan los incidentes de violencia y comportamientos irresponsables que pueden llevar a situaciones lamentables.

Es comprensible que la Feria del Centro de Málaga sea un evento importante para el turismo y la economía local, pero esto no debería significar que se vaya todo al garete.

Dicho esto, es evidente que hay un gran número de personas locales a los que les va la marcha. El vaso de plástico por calle Larios en bermudas y el paquete de chorizo del supermercado en ristre. Y así lo demuestran año a año con su participación y con el respaldo electoral.

Por eso no queda otra que asumir la realidad y ver si, gracias a una carambola del destino, a los que controlan el Centro para hacer negocio, les pareciera mal esta fiesta y decidieran cortarla. Y lo harían de raíz. Pero hasta la fecha no parece que así sea.

Queda ver cómo se desarrolla la de este año, si poco a poco sigue el avance de la feria normal en el Real y el centro continúa con su deterioro. Quizá, que sigamos avanzando en situaciones lamentables en el entorno del Centro Histórico durante esa semana de agosto sea buena señal. Pues así, los que controlan el panorama, tengan herramientas y justificaciones sólidas para poder hacer lo que todos sabemos que querrían: cargársela.

Con una ciudad tensionada por el turismo, que llegue esta fiesta en plena eclosión de guiris tras la pandemia, la feria de este año la podríamos titular como la telenovela: celebrar en tiempos revueltos.

Viva Málaga.

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