En aquel tiempo

Pespuntes postelectorales

Norberto Alcover

Norberto Alcover

«Pespuntes: labor de costura, utilizada en costuras y remates, que consiste en dar una serie de puntadas seguidas e iguales, de manera que queden unidos entre sí». (RAE).

Durante el verano, en Valldemossa, madre se entretenía pespunteando ropas varias que necesitaban de su buen hacer. Casi siempre con hilo y aguja, pero en ocasiones, me parece que encargaba la trabajosa tarea a alguna persona amiga que tuviera máquina de coser. Y casi siempre, si era ella la ejecutora del pespunte y yo estaba presente en el pequeño jardín, me decía triunfante: «Mira, Norberto, lo bien que me ha quedado». En aquel entonces, apenas evaluaba la sensación de éxito de madre, pero tras semanas de percibir nuestra sociedad casi deshilachada, rasgada por unos y otros, he llegado a la conclusión de que necesitamos manos como las de madre para trabajar los pespuntes postelectorales necesarios y urgentes. No sea que tras las coaliciones en ruta, lleguemos a la conclusión de que España sigue tan deshilachada como antes. En manos de hilos sueltos de radicalismos, de ausencia de diálogo, de sectarismos sin cuento, con evidente destrozo del bien común, a pesar de algunas evidentes conquistas en materia sociolaboral. Insisto, madre tendría mucho trabajo para pespuntear una situación tan frágil y lábil. Es un decir.

Sobrevolando pequeñas deshilaturas siempre comentadas, es el momento de insistir en las verdaderamente grandes, y que solamente una coalición envolvente y generosa podría enfrentar con visos de victoria para varias generaciones. Por ejemplo, hace años apareció el concepto de «excelencia», primero en materia educativa y después extendido a todos los órdenes de la vida. Era una llamada a ser los mejores, desde el esfuerzo propio y la colaboración de las instituciones públicas. La excelencia auténtica implicaba una «igualdad de oportunidades», en el origen, lo que significaba que excelencia y justicia se daban la mano en el desarrollo de la personalidad de los individuos. Pero tanta excelencia produjo cansancio y el ataque frontal de quienes o bien la rechazaban por igualitarista o, al contrario, quienes la denostaban por «buenismo ideológico». Resultado: medir todo concurso social con la vara de la mediocridad, hasta regalar, casi, los objetivos a conquistar. Y el resultado es evidente. La ausencia del «criterio de excelencia» está creando ciudadanos tal vez para empleos concretos, pero en absoluto ciudadanos humanistas, cultos en profundidad, amantes del conocimiento, y esto sí, entregados al poder de las tecnologías, que son excelentes mientras no nos convierten en máquinas sin alma. Este deshilachamiento pide con urgencia un pespunte minucioso y ejecutivo de las autoridades públicas y por supuesto educativas. Con hilo y aguja, a mano, o con algún tipo de máquina de coser. Pero ya.

Una segunda deshilatura que canta de lo lindo es la falta de justicia salarial, toda vez que nuestra economía se mueve en los ámbitos del euro. Intentar alcanzar cotas de consumo y producción semejantes a nuestros socios, implica que también deseamos alcanzarles en materia retributiva. Es de sentido común. Por supuesto que este proceso pide una justicia fiscal adecuada para empleados y para empresarios, pero no solamente eso: el precio del dinero tiene que ser proporcional al peso del gasto individual y familiar, en unos momentos de grave disminución de la natalidad. Mientras nos distanciamos de los demás países europeos en punta, es imposible pretender cierta paz social, tan necesaria para una paz política y desde ahí, paz económica, porque, al final y en la praxis, se trata de una pescadilla que se muerde la cola. Todo está implicado, pero lo fundamental en un Estado de Derecho es la digna sobrevivencia de sus ciudadanos. Todo lo demás debe organizarse en función de esta primerísima necesidad.

Y en tercer lugar, estamos ante un deshilachamiento en materia de inmigración. Debe quedar completamente claro que todo ser humano es dueño de su propio destino y por ello mismo puede elegir el lugar del mundo en que vivir y desarrollarse. Y si en su país de origen se le hace imposible este horizonte personal y social, entonces es muy dueño de trasladarse a otro país. Por supuesto que podemos tratar de «inmigración legal» como también de «exigencias de ciudadanía», camino de una legislación mundial y española/europea al respecto. Pero, tendremos que arbitrar medidas para que nadie muera en el Mediterráneo, para que toda persona en peligro de muerte sea atendida sin discusiones legalistas, y en fin, para que la atención a los recién llegados se estipule no en razón de beneficios políticos sino en función de sus derechos como ser humano. ¿Que el ideal sería promover una situación positiva en los países de origen para evitar la emigración y desarrollarse allí mismo, está claro? Pero la praxis nos demuestra que en tantos casos es imposible por razones en último término políticas, con las que se hace muy difícil negociar. Esta deshilatura es la más grave de todas porque nos afecta a todos, pero muy especialmente a países como el nuestro que es «primer receptor de inmigración» y tiene la obligación de socorrer a cualquier persona necesitada de ayuda. Claro está que la misma Europa debiera dar a luz una legislación válida para todos sus miembros, pero insistiendo en las situaciones específicamente complejas de algunos de sus socios, como es España. Pespuntear estos hilos es más necesario que nunca. Y volvemos a repetir, con hilo y aguja o con máquina de coser. Hubo un tiempo en que se habló del «humanismo cristiano», pero también hemos decidido eliminarlo sin encontrar válida sustitución. Y se nota.

Cerradas las tres cuestiones fundamentales en vistas a pespuntes urgentes, entre otras probablemente semejantes, tenemos que añadir otras dos que sobrevuelan el conjunto social y lo marcan con un signo tóxico evidente: se trata de la violencia machista, con más de treinta mujeres asesinadas en lo que llevamos de año, y de los abusos de menores, que muestran la fragilidad de muchas relaciones personales que dábamos por seguras. Está claro que en estos casos no bastará con pespuntes y será necesario un cambio de tejido de mayor resistencia a las pasiones humanas más enfermizas. Una tarea ardua que a todos compite como colectivo responsable de su propio futuro, sin excusas posibles.

En una palabra que, las tareas de madre en el jardín de Valldemossa, pespunteando tantas hilaturas volanderas, puede resultar un excelente punto de referencia para las grandes cuestiones que nos afectan: recuperar la excelencia, implantar una masa salarial justa, organizar nuestra respuesta al fenómeno de la inmigración de forma tan necesaria como respetuosa, trabajar para eliminar el maltrato machista y también el abuso de menores. Como madre, es necesario un trabajo minucioso, tal vez escondido, seguramente pactista, fruto de una política destinada al bien común y no a implantar un modelo de sociedad determinado en detrimento de la otra mitad de la población. Nuestro futuro no pasa por mayores coaliciones divergentes, y merece una capacidad de diálogo entre diferentes que construya una sociedad más libre, más justa y, sobre todo, más humana. Sin pespuntes, se hará imposible esta tarea en que la discreción es fundamental.

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