Viento fresco

Pesadilla en el balcón

Bajé a la calle y miré a mi edificio. Allí estaba yo. Yo mismo asomado y mirándome

Varios balcones

Varios balcones / Europa Press

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Un poco harto de mirar la mañana desde el balcón, decidí bajar a la calle. Salí del portal, enfilé mi avenida y miré hacia mi bloque. Y allí estaba yo. Asomado al balcón. Me vi un poco más alto y delgado, con la mirada algo perdida en los transeuntes. Hay que ver lo mal que me queda esa camisa. Di unos pasos y volví a mirar a ese otro yo que estaba en el balcón. Me estaba mirando ahora él también. Apreté el paso y bajé la vista hacia la acera. Fue entonces cuando decidí sentarme en una terraza para tomar algo fresco que me aliviara el sofoco. Mi otro yo seguía en el balcón. De repente me asaltó una idea y me tuve que levantar sin pedir nada: qué pasaría si, sentado, viera a mi otro yo en el balcón pero también a mi otro yo que paseaba por la calle antes de sentarse donde yo estaba sentado. Demasiados, yo, tal vez.

Me tapé los ojos y traté de volver a mi portal no sin antes tropezar con un patinetista, con un filatélico, con el señor que vende los cupones, con un oficinista, un vecino, un niño y un perro al que su dueña llama Marío Alberto. Pero llegué. Subí tembloroso en el ascensor. Saqué en mi rellano las llaves del bolsillo con tanta congoja que en lugar de las llaves saqué una entrada del circo y fui a meterla en la cerradura. Consciente del error, guardé la entrada, saqué, esta vez sí, las llaves y logré abrir la puerta. Avancé por el pasillo. No se oía nada. Llegué al salón. Mi otro yo se había tomado un café y comido un donut, estaban el envoltorio y la taza en la mesa en la que suelo comer las coliflores. Y salí al balcón. Creí que no ibas a venir nunca, me dijo. Nos asomamos hacia la terraza y allí estaba el tercer yo. Nos miró fijamente y se pidió una cerveza.

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