Viento fresco
La psicosis cotidiana
La ducha es un placer. A no ser que te venga de pronto a la cabeza una escena de Hitchcock
Desayuno una greguería de Gómez de la Serna: «El Creador guarda las llaves de todos los ombligos». Las greguerías me sientan mejor que los churros. Cojo uno a modo de batuta a ver si afino el día y le sale una melodía como de sábado o viernes. Pero es jornada entre semana, laborable, plúmbea, si bien nunca hay que descartar sobresaltos, pelmas, infartos o inopinados coñazos. La vida es un imprevisto aunque la gente se queje y muera de rutina. Comienza a entrar el fresco de la mañana por el balcón y los titulares sobre las masacres en Oriente Medio van siendo escupidos por la radio. La casa en silencio, el desorden prudente, la anarquía de las cosas, los platos de la cena, la cotidianeidad que exige firmeza y puesta en marcha. Se le viene a uno a la mente la serie mediocre visionada anoche. Pero no el final. Hay dos clases de personas en el mundo: las que se aprenden de memoria los inicios y las que siempre olvidan los finales. La ducha tonifica siempre que no te venga a la cabeza la famosa escena de ‘Psicosis’, claro, que ya es mala suerte. A la tarde, en una conferencia, recordará uno, tratando de contestar la pregunta de un amable cincuentón atildado, que en la ducha ha confundido los botes y se ha echado abundante champú para rizos, lo cual no pone los pelos de punta. Los pone de caracolillos más bien. Los ingredientes y propiedades del champú, escritas en los botes, eran antes plácida lectura durante ocupaciones diversas. Pero ahora hacen la letra muy pequeña o tal vez es que a uno le va fallando la vista para según que cosas. Salgo a la calle, que ya está tomada por turistas, oficinistas, jubilados y yo mismo, que al contemplar la escena de lo que debe haber sido un atropello me dirijo raudo a los agentes de policía a preguntar cual reporter intrépido. Circule, circule, me dice uno de los policías, que luce rizos y aspecto de haber dormido poco. No obtengo ningún dato de provecho para ningún lector morboso ávido de robos, atropellos, violaciones en masa, lepidóteros estoqueados o plagas bíblicas en el barrio. Hacerse mayor es tener siempre que ir a la farmacia o al súper, hay tal vez un miedo a la improvisación, a que lleguen las tres de la tarde y nos pille sin almuerzo, no sin recordar esos años de planes al momento, menú en cualquier sitio, lujo a deshora, menesterosidad a las cuatro de la tarde, bocata de mortadela, caña y bravas o soperío infame con tintorro en cualquier esquina. La tarde viene con obligaciones y son muchas las energías que se van discutiendo por ver a quién le toca asumirlas. Energías que se irían mejor en componer greguerías o preparar sardinas o elegir traje para un cercano evento en Madrid. Y champú. Eventos de esos que nos salvan de la rutina pero que están plagados de sobresaltos. Y pelmas.
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